Cuando la Oficina Estadística Europea (EUROSTAT) empezó a publicar datos sobre la convergencia de los países europeos corría el año 1960. Entonces España tenía una PIB per cápita que estaba en el 59,1% de la media de la Unión Europea de entonces. En 1975 la convergencia, en lo que a este parámetro se refiere, había alcanzado el 79,9%. Este salto de 20,8 puntos en el porcentaje respecto a la media europea, producido en los 15 años últimos años de gobierno del general Franco, fue debido al impulso de la economía europea después de la II GM, al Plan de Estabilización que inició el régimen, al impulso industrial apoyado por el el Instituto Nacional de Industria (INI) y a la apertura de la economía española impulsada por los tecnócratas que fueron entrando en los sucesivos gobiernos. A pesar de que quieran condenar todo lo de aquella época mediante la Ley de Memoria, esta vez Democrática, complemento de la de Memoria Histórica, los gobiernos de entonces lograron un éxito económico incuestionable, creciendo a una tasa media de 6,7%, cuando la tasa media de la Unión Europea era del 4,1%, y ello en un entorno demográfico en el que España aumento la población en un 15,4% (casi 5 millones más de habitantes), mientras que la Unión Europea lo hacía solo en un 10,3%. Cierto es que aquellos gobiernos contaban con las ventajas de una situación política que permitía la moderación salarial e impedía la acción reivindicativa de los sindicatos de izquierda.
Durante la transición política a la democracia los datos del PIB per cápita de España fueron divergiendo, respecto de la media europea, hasta caer al 71,6% en 1985, nada menos que un 8,3% en 10 años. Las cuatro principales causas a las que los entendidos suelen achacar esa divergencia son:
· las crisis petrolíferas, dada nuestra alta dependencia de las importaciones de petróleo.
· las políticas priorizadas por encima de la política económica que hubiera sido necesaria para mantener un buen ritmo en la actividad productiva y para mantener a raya la inflación.
· el regreso de muchos de los españoles que emigraron, sobre todo a Europa, desde 1940 a 1960, que incrementó la cifra del desempleo.
· la ofensiva del movimiento obrero que había llevado a una elevación de los salarios. España fue durante la transición uno de los países con más conflictividad laboral del mundo.
Hubo que esperar hasta 1998 para lograr que el estado de convergencia que se había alcanzado en 1975 (79,9%). Posteriormente, en el año 2000, se alcanzó una convergencia del PIB per cápita del 82,4%.
En resumen, para que lo tengan en cuenta nuestros políticos a la hora de elaborar la Ley de Memoria Democrática:
PERIODO |
∆ % CONVERGENCIA PIB PER CÁPITA |
1960 – 1975 |
20,8 |
1975- 1985 |
-8,3 |
1985 – 2000 |
10,8 |
El incremento logrado entre 1985 y 2000 es un logro reseñable, pero tampoco era para tirar cohetes porque, por ejemplo, Irlanda en 10 años (de 1991 al 2000) logró incrementar la convergencia en 38,7 puntos. Por no ahondar demasiado en las razones por las que nuestro incremento de convergencia fue, más o menos, unas 18 veces menor que el de Irlanda, solo diré que en aquellos momentos el Impuesto de Sociedades español era el 35%, mientras el irlandés era del 10% y que su inversión en educación e I+D+i era superior a la española.
Con la entrada de España en el Euro tras pasar unos cuantos sacrificios, se inauguró una etapa de crecimiento económico importante y de convergencia al PIB per cápita de la UE. El crecimiento producido en los 8 primeros años del siglo XXI estuvo basado en bajos tipos de interés, la entrada de capitales extranjeros y el “ladrillo”. Pero, al mismo tiempo, se iban acumulando desequilibrios que no permitieron asegurar los cimientos del crecimiento. Si bien es cierto que se incrementó el empleo, lo cierto es que la productividad disminuía. Lógico si consideramos que la contribución de los diferentes sectores productivos al PIB seguía cambiando en detrimento de la industria y manufacturas, problema que se venía arrastrando desde los comienzos de la reconversión industrialización (para mi desindustrialización), a la vez que se incrementaba de manera muy considerable la contribución del sector servicios, sin olvidar la estrepitosa caída de la contribución al PIB del primer sector.
Me voy a parar unas líneas en los años en los que se produjo la dichosa reconversión industrial. En aquellos años coincidieron la elevación de los precios del petróleo, una alta conflictividad laboral capitaneada por unos sindicatos que aprovecharon inmediatamente las recién estrenadas libertades sindicales, la elevación consecuente de los salarios y la irremediable escalada de la inflación. Este clima no era, ni mucho menos, el más favorable para un empresariado, que en algunos casos tenía ciertas carencias de formación, estaba anquilosado y frecuentemente protegido por el Estado durante el franquismo, que tenía miedo a los cambios y que no estaba acostumbrado al escenario de unos nuevos sindicatos más combativos, ni a la apertura a los mercados internacionales. La dichosa reconversión fue llevada a cabo por los gobiernos socialistas de Felipe González. Creo que no hubiera sido posible con gobiernos constituidos por partidos de centro o de derecha porque, al ser considerados tardofranquistas por la izquierda y sindicatos, la movilización de éstos hubiera sido tan descomunal que no hubiera sido posible llevar a cabo la reconversión. Felipe González manejo bien sus cartas, provocando una división sindical, a la vez que vendía la necesidad de una “reconversión industrial” que iba a suponer sacrificios pero que, a cambio, iba a favorecer una industria más moderna y competitiva en el mercado internacional. Todo fue un fiasco, los ministros neoliberales de Felipe González, Miguel Boyer y Carlos Solchaga, cumplieron solo la parte de desindustrialización, no hubo prácticamente nada de modernización, ni de competitividad internacional. Más bien parece que la desindustrialización fue una más de las condiciones para el ingreso en aquella Comunidad Económica Europea (CEE), que no nos quería como país competidor en ciertos sectores industriales, que tampoco quería ningún tipo protección estatal a nuestro sector industrial, ni industrias nacionales o participadas por el Estado. Nos habían asignado crecer en un sector terciario con poco valor añadido y con salarios bajos.
Creo que la entrada en la CEE podía haberse hecho más despacio y mejor. No había por qué correr, parece como que los políticos hubieran temido una involución política si no se producía ese rápido ingreso, siempre han tenido esa paranoia sin razón objetiva alguna. En mi opinión se equivocaban y, si se hubieran mantenido firmes, el ingreso en la CEE podía haberse compatibilizado con el mantenimiento de la industria nacional, modernizada, eso sí, y dirigida por gerentes preparados y competentes y no por adjuntos a los políticos de turno. Porque es un hecho que otros países de aquella CEE, hoy UE, conservaron sus industrias nacionales participadas por el Estado o totalmente estatales. Como también es un hecho que algunas grandes empresas estatales españolas fueron mal vendidas, curiosamente a empresas europeas, después de ser económicamente saneadas con dinero público. Con un poco más de esfuerzo de aquellos políticos, puede que hoy nuestra estructura productiva fuera diferente, nuestra tasa de desempleo fuera menor y nuestros salarios mejores, así como nuestra productividad. Pero ya no hay vuelta atrás, por lo menos con nuestros actuales dirigentes.
En fin, dejando de lado aquella época de la mal llamada reconversión, volvamos al año 2008. Entonces el PIB per cápita de España estaba en un 85% de la media de la eurozona (unos 4300 € anuales por debajo de la media de la eurozona). Pero al estallar la burbuja inmobiliaria, los desequilibrios estructurales de los que he hablado más arriba se hicieron tristemente patentes, entrando en una crisis que el chamán Zapatero no supo controlar ni siquiera un poco, haciendo descender el PIB español en 4,1% en el año 2009. Después, en los años 2011 y 2012, se produjo la crisis del euro, que nos afectó, como al resto de los países del sur de Europa, con una nueva recesión, sin haber tenido tiempo de tomar aliento mientras los países del norte la sorteaban bastante mejor. No obstante, la convergencia volvió a recuperarse, aunque poco, entre 2013 y 2019, años en los que las cifras del crecimiento de España llegaron a duplicar las de la eurozona. Pero el problema de fondo subsistía en España, es decir, el crecimiento se debía al incremento del empleo, pero no de la productividad. Eso fue debido a que el aumento del empleo se basó fundamentalmente en la inmigración, empleada en trabajos de escasa cualificación y de bajo valor añadido. Como consecuencia, el crecimiento no fue acompañado de la esperada convergencia.
En resumen, desde el año 2000, el PIB per cápita de nuestro país ha crecido casi 10.000 euros anuales, pero el PIB per cápita de la eurozona ha aumentado 13.000 euros anuales, por lo que la brecha en 2019se aproximaba al 30% de la media de la eurozona, nivel que no se alcanzaba desde 1999.
Con estos mimbres España se enfrenta, desde principios del año 2020, con la crisis de la COVID-19. Como era de suponer, se produce la consiguiente crisis económica que, además de pillarnos en malas condiciones, peores que a los países del norte de la UE y de otros, nos pilla con un gobierno que reúne pocas o muy pocas cualidades como para poder resolver la difícil ecuación en la que aparecen variables como la tasa de empleo, la productividad, los salarios, los contratos, los precios, la inflación, las jubilaciones, el déficit, la deuda pública….., pocas variables independientes y muchas dependientes, complicándose así la ecuación. Pero, sinceramente, no tienen apariencia de preocupación. Unos están deseando universalizar “el ingreso mínimo vital” por evidentes razones, otros se conforman con perfeccionar sus andares de pasarela de moda y un tercer grupo está atónito, pero callado.
Suerte, vista y al toro. Es lo que se me ocurre desearles para el Año Nuevo, porque lo que mal empieza mal acaba, si no se cambia de rumbo a tiempo.
3 de enero 2021
LUIS BAILE ROY
1 comentario en “SUERTE VISTA Y AL TORO”
Luis:
Entiendo tu análisis, pero hay un par de temas que me gustaría comentar.
En primer lugar, y esto lo viví de primera mano como auditor de varias empresas del INI, el coste económico de sanearlas fue realmente muy alto, y si estas empresas se vendieron, fue por dos razones: porque obligaba a ello la propia normativa europea, que impedía a las empresas públicas compensar pérdidas con aportaciones del Estado y, por otro lado, porque el futuro de estas empresas precisaba de una tecnología que el Estado no iba a aportar y la iniciativa privada no se mostraba dispuesta a hacerlo.
Con respecto a la desindustrialización, mi experiencia con el sector textil me enseñó que aquellos empresarios que apostaron decididamente por una reconversión tecnológica fueron los peor parados, ya que los costes incurridos para mejorar la productividad llevaron a una mejora en los costes de producción, a todas luces insuficiente para poder competir con los productos de los mercados asiáticos.
Otra cosa es qué hubiese ocurrido si el empresariado español hubiese apostado por tener productos de referencia mundial, en lugar de buscar beneficios a corto plazo. Esto, sin embargo, es un tema para tratar en otro momento.
Un fuerte abrazo y feliz año nuevo (dentro de lo que cabe).