Hace unos días cayó en mis manos una noticia que aludía a un informe del Instituto de Estudios Económicos en el que se cifraba en “60.000 millones de € el despilfarro de gasto de las administraciones públicas”. No sé cómo calcularon tan abultada cifra, pero no me extrañó en absoluto. Conociendo la solvencia de esa institución y pensando en las subvenciones públicas que se conceden a la variopinta cuadrilla de ineficientes asociaciones, círculos de fanáticos, estériles fundaciones, sindicatos y patronales, la cifra me iba resultando creíble. Más aún cuando se me venían a la mente el exceso de ministerios y de asesores de dudosa valía, la injustificable hiperinflación de una administración pública, siempre esperando la reforma pendiente, y la insostenible organización territorial del Estado.
Pensé que esa cantidad significaba aproximadamente un 14 % de lo que puede suponer el Presupuesto General del Estado (PGE) de los últimos años. Y recordé que hacía unos meses manejé otra escandalosa cifra: la de la corrupción en la UE y en España en el año 2018[1]. Para la primera suponían 908.000 millones de € y en nuestro caso 90.000. Para nuestra inmortal nación esa cantidad de millones supone aproximadamente un 20 % del PGE.
Imaginemos que, de la forma que fuera, consiguiéramos controlar el despilfarro y la corrupción. Sin ser demasiado exigentes ni cicateros, tal hazaña habría supuesto un incremento en el PGE del año 2022 (458.970 millones de euros) de entre un 25 % y un 30 %, es decir entre 115.000 y 138.000 millones de € más.
Imaginemos lo que se podría hacer con todo ese dinero, además de ir pagando la vergonzosa deuda pública que venimos arrastrando por la incontinencia derrochadora de nuestros gobiernos. Sánchez va camino de colocarnos en los 1,5 billones de deuda pública pero, si lográramos librarnos de los inútiles que dicen gobernar, en cuestión de 10 años, persistiendo en la hazaña, las arcas públicas podrían estar saneadas. Podríamos decir entonces que a las siguientes generaciones les habíamos librado un “marrón de consideración”.
Lograr llevar a cabo esa hazaña no es imposible, de hecho ya lo hizo el Conde de Oropesa, Manuel Joaquín Álvarez de Toledo y Portugal en el siglo XVII, reinando Carlos II. Tres siglos después, entre 1960 (20 %) y 1975 (7,25 %), la deuda pública se mantuvo en niveles asumibles, incluso se podría decir que hasta la crisis del 2008 la deuda, aunque creciendo, se mantenía en una zona de relativo control. Después llegó el desmadre.
Lo del carácter inmortal de la nación española no lo he escrito gratuitamente. Parece ser que no fue Otto von Bismarck, el canciller de hierro, el que pronunció la famosa frase de que “España es la nación más fuerte del mundo porque lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido. El día que dejen de intentarlo, volverán a ser la vanguardia del mundo”. Aunque muchos se la atribuyan, no es de él, alguno se la enjareta a un diplomático español de segunda fila. Particularmente me da igual quién fuera el genio que la pronunció, pero le reconozco que le asistía parte de razón.
No podría explicarse de otra manera que España siga viva y, aún más, esperanzada, con la que nos ha caído en nuestra historia próxima: guerras de independencia, de sucesión (que no de secesión) y civiles, golpes de estado, sublevaciones, rebeliones cantonales, caída de la monarquía, intentonas revolucionarias, terrorismo de diverso pelaje y asesinato de cinco presidentes de gobierno: Prim, Cánovas, Canalejas, Dato y Carrero (más que los EE. UU.).
Y la que nos está cayendo en la actualidad no es poca cosa. Desde 2012, salvo un corto periodo de cuatro o cinco años, hemos ido de susto en susto: un intento de secesión consecuencia de un permanente trágala de los gobiernos centrales ante los chantajes separatistas, una pandemia con muy mala baba, una crisis económica y ahora una guerra geográficamente localizada, pero con consecuencias económicas, políticas y sociales que afectan sobre todo a Europa.
A España todo esto parece haberle afectado de manera particularmente dura. Tan dura que ha impregnado a mucha gente con la resignación necesaria para soportar el ruido de demolición. Comparando algunos parámetros económicos y de calidad democrática[2], con países de nuestro entorno se podría justificar ese estado de resignación o desánimo.
No sé si estamos en una fase de autodestrucción más, de las referidas en la famosa frase del canciller de hierro, aunque a menudo lo parezca. Pero de lo que estoy seguro es de que no estamos haciendo lo correcto para iniciar una recuperación con bases firmes. Nuestros políticos están a la greña, mirándose el ombligo y asegurando su asiento a la lumbre, aquejados de una grave miopía que les impide ver más allá de sus narices. Nosotros estamos mirándolos desde la barrera que nos tiene asignada este sistema de gobierno representativo, esperando a los próximos tres segundos verdaderamente democráticos, en los que depositamos el voto en la urna. Seguramente les volveremos a votar, sin darnos cuenta de que ellos siguen perfeccionando su forma de continuar en la pomada, evitando cualquier reforma del sistema electoral y cualquier mecanismo que nos permitiera un control, “ex-ante” o “ex-post” de sus decisiones, por lo menos, en los temas claves para la nación.
La ineficiencia del actual gobierno es de traca. Sanchez ha empobrecido a España en más de 400.000 millones de € desde que llegó al gobierno, es un hecho. Pero, además, su “progre” gobierno ha logrado colocar a España en un lugar negativamente destacado en lo que a índice de desigualdad se refiere[3], mientras mantiene la escasa calidad del sistema educativo y una muy reducida inversión en investigación científica, lo contrario de lo que ha estado haciendo con las muy cuestionables políticas de género y las partidas concedidas al misterioso ministerio de igualdad.
Todo ello, unido a la expansión del relativismo moral, al desprecio de los valores de nuestra civilización y a la normalización de costumbres éticamente inadmisibles, indica que no estamos en el camino correcto para la recuperación o regeneración. Posiblemente estemos todavía intentando destruirnos.
Desde luego no estamos, ni estaremos en muchos años, o siglos, como para tirar cohetes, ni mucho menos como para “volver a ser la vanguardia del mundo”, eso está bien para animosas canciones de exaltación de las virtudes patrias. Pero, si pudiéramos haber tenido alguna posición de cierta consideración geoestratégica en nuestra área de influencia, la vacilante y desidiosa política exterior de este gobierno, unida a nuestra debilitada posición económico-financiera, da como resultado un coctel de irrelevancia y peligroso menosprecio.
Según los medios de persuasión social, la guerra de Ucrania parece haber removido las resistencia a conceder a la Defensa Nacional el presupuesto con que debe contar para conseguir una capacidad de disuasión suficiente, teniendo en cuenta las amenazas no cubiertas por la OTAN, ni por la UE. Sinceramente no me creo que se lo vayan a hacer efectivo, llevamos años comprobando que nuestros políticos no saben dónde nos la estamos jugando y ahora parece más grave la ignorancia o, peor, la indiferencia.
Lo demuestran con sus extraños y contradictorios movimientos en política exterior. Un día, haciendo una bravuconada infantil o, si se quiere, absurdamente romántica, se traen a Brahim Gali, secretario general del Frente polisario, un personaje poco amigo de España para curarlo de algo que podía haber sido tratado en Argelia o en Italia, por ejemplo. Como consecuencia la reacción de Marruecos nos cuesta algunos disgustos y bastantes problemas en nuestras fronteras del sur.
Al poco tiempo, por “recomendación de Norteamérica” y posiblemente de Francia y Alemania, reconocemos como mejor la opción marroquí para el problema de la antigua provincia española del Sáhara Occidental. Desagraviado, el Sultán accede a recibir a un sumiso Sanchez, con aspiraciones a rey, y a su ministro de exteriores, para ponerles simbólicamente la bandera de España del revés y a ellos firmes. Se vuelven sin ninguna seguridad escrita y firmada de que el monarca alauí vaya a dejar de reivindicar las plazas de Ceuta y Melilla, de que vaya a dejar de lanzar oleadas de migrantes sobre sus fronteras o las de Canarias, ni siquiera con un principio de acuerdo sobre las aguas atlánticas y las plataformas submarinas de interés[4]que están en litigio.
Todo muy secreto, todo muy oscuro, como casi todo lo que rodea a Sánchez, maestro en burlar los principios de la Ley de Transparencia. Pero nada hace pensar que podamos estar tranquilos en nuestras fronteras y aguas del sur. Nada hace pensar que estemos recuperando la iniciativa en estos asuntos clave para el interés nacional.
Nada hace pensar que vayan a acabar con la labor de demolición, mucho menos que inicien una esperanzadora etapa de recuperación. Posiblemente no sepan cómo hacerlo, pero quizás tampoco estén interesados en ello. Habrá, entonces, que sustituirlos, digo yo.
Zaragoza, 24 de abril 2022
LUIS BAILE ROY
[1] http://www.bailedelosdomingos.es/2021/09/deuda-deficit-y-corrupcion.html
[2]Según el último Índice de Calidad Democrática publicado por la unidad de inteligencia de la revista ‘The Economist’, España ha dejado de ser una democracia «plena», para situarse como una democracia “con defectos» en 2021.
[3]Según el estudio del World Inequality Lab, publicado en diciembre de 2021, el 10% más rico de la población española concentraba 57,6 % de la riqueza del país y el 1% de los españoles más ricos posee un 24,2 % de la riqueza patrimonial del país. La desigualdad no ha ido a menos comparando estos datos con los de 2018 y anteriores.
[4]https://www.abc.es/sociedad/abci-ocho-paises-disputan-tesoro-minero-hallado-aguas-canarias-201704172218_noticia.html
2 comentarios en “HABRÁ QUE SUSTITUIRLOS, DIGO YO”
…Habrá, entonces, que sustituirlos, digo yo.
Dices mal, aunque estoy de acuerdo en todo lo anterior. Con el sistema de gobierno representativo los ciudadanos no tenemos ninguna garantía de que "el o la nuevo/a gobernante no siga la senda del anterior; y mucho menos sin FAS que respeten, en primer lugar, los aliados, sin solvencia financiera, sin un sistema de I+D+i que genere nueva tecnología "estratégica" que en buena medida lleve a una producción "significada" en España y sin otras cosillas menores, como un Sistema General de Enseñanza que forme a una ciudadanía consciente de serlo y poseedora de los instrumentos que posibiliten su libertad, económica para empezar.
Con este desgobierno solo nos queda , y por mucho tiempo, sangre , sudor y lágrimas. 😔