En el informe “Los costes de la corrupción en la UE”, confeccionado por el grupo parlamentario Los Verdes para el Parlamento de la Unión Europea (UE) en el año 2018, se estimaba que la economía europea pierde 904.000 millones de € debido a la corrupción. El informe, que sobre el mismo problema, emitió de la Comisión Europea en 2014, la cifraba en “solo” 120.000 millones, que ya está bien, pero no contaba ni las pérdidas en la recaudación tributaria, ni en inversión extranjera como consecuencia de los casos de corrupción. El FMI en 2019 emitió un informe en que cifraba la corrupción en España entorno a los 60.000 millones de €, aunque algunos expertos aseguraron entonces que la cifra se debía de corregir al alza. Los Verdes europeos asignaban a España un gajo de 90.000 millones de € de la tarta corrupta de toda la UE, lo que supone más del 8% del PIB. Otros están peor, pero eso no es un consuelo. Porque pienso que, si ese dinero aflorara, los Presupuestos Generales del Estado (PGE) podrían ser aproximadamente un 10% más altos. No hace falta mucho esfuerzo de imaginación para saber cuánto podría mejorar nuestra sociedad con todo ello.
Por otra parte nuestros partidos políticos controlan más de 145.000 puestos de trabajo, cuyas nóminas son asumidas por las administraciones públicas, incluidas las de 22.000 altos cargos, 20.000 asesores, 1.500 asistentes parlamentarios. A este personal habría que sumar los trabajadores directos de los partidos y sus fundaciones, los liberados sindicales y personal de las subvencionadas organizaciones empresariales. La cuantificación de este gasto es difícil debido a la opacidad de muchos de los organismos afectados, pero no me quedaría corto si digo que pasa el millar de millones de euros. Lo que está claro es que nuestros partidos políticos, sobre todo, pero también las organizaciones sindicales y empresariales están hiperdimensionados y mantienen organizaciones poco eficientes.
Estas son solo dos de las rémoras que lastran nuestro desarrollo económico y la calidad del sistema político y que, además, están interrelacionadas. Un amigo mío me suele recordar que la solución no está cambiar este o aquel aspecto defectuoso de nuestro sistema político. Él cree que la solución está en un “CAMBIO SISTÉMICO”. Pero ¿eso qué es? Desde luego no es un cambio sistemático o que siga una regularidad de tipo temporal, por ejemplo. Tampoco tiene nada que ver con un cambio de régimen o de sistema político, como podrían entender los pesados de la bandera tricolor; un cambio sistémico puede suceder tanto en una monarquía parlamentaria, como en una república, sea popular o medio pensionista.
Para intentar ser escueto y, a la vez, intentar ser claro solo voy a dar algunas pinceladas de lo que yo interpreto como un cambio conducido por el pensamiento sistémico, que se contrapone al tradicional sistema lineal de analizar los problemas. Este sistema lineal de concatenaciones causa efecto cuenta con unos parámetros y herramientas diseñados para manejar la complejidad de unos problemas en los que hay demasiadas variables y se pierde, por lo tanto, en la complejidad de los detalles.
El pensamiento sistémico permite simplificar la complejidad de un sistema y comprender su estructura y comportamiento. Es un enfoque que fija su atención en las totalidades, en lo global, en las interrelaciones de las partes, en la empatía entre ellas y en detectar los patrones de cambio. En la actualidad es una manera muy conveniente de abordar el estudio de las organizaciones y, no digamos, de los sistemas políticos, dada su complejidad actual. En éstos sistemas hay que fijarse en la complejidad dinámica, no en la de los detalles, de unas situaciones en las que las relaciones causa efecto son muy sutiles y los efectos de cualquier intervención a través del tiempo no pueden ser evidentes, porque pueden producir efectos diferentes a corto y a largo plazo y, además, pueden tener consecuencias distintas dependiendo del ámbito al que afecten, local o global.
Según los entendidos en la materia, en la crisis global, sistémica, en la que estamos, con todas sus partes, la social, la económica, la política, la ambiental, etc., interrelacionadas, un cambio sistémico tendrá que ser provocado por unos pocos cambios estratégicos, focalizados en las partes apropiadas del sistema de manera que, alterando la posición y las características de algunas pocas de las partes, se produzca un cambio sistémico.
Por eso, concentrando ahora mi atención en el sistema político español, con los dos problemas mencionados al principio y algunos más. No le vendría nada mal, al menos un par de cambios que resultaran ser esas palancas que, aplicadas adecuadamente, conduzcan a un necesario cambio sistémico, holístico, global o como se le quiera llamar. Un cambio que afectara tanto a las cuestiones medioambientales, como a la recuperación del tejido industrial que nuestros capitalistas han relocalizado, aprovechando la mala entendida globalización, en países asiáticos o al abandono de la concentración de la población en grandes urbes, entre otras cuestiones.
Yo apuesto por dos palancas:
· El cambio del sistema electoral, incluyendo unas herramientas para la mayor participación ciudadana en las decisiones políticas clave, como son las iniciativas legislativas populares y los referéndums.
· Una apuesta decidida y contundente por la inversión en I+D+i y en tecnología.
Admito todas las apuestas que queráis hacer. Solo espero que algún día, de aquí a 10 o 15 años, si aún seguimos por estas redes, pueda invitar a una frugal cena (más que nada por la edad) a los ganadores que hayan acertado las dos mejores palancas, en caso de que el deseado cambio se haya producido o esté en vías. ¡SUERTE!
LUIS BAILE ROY
1 comentario en “UNA SANA APUESTA”
Sólo sé que ya Aristóteles en la "democracia griega" explicó que era inviable sostener un sistema donde la mayoría de electores exigen prebendas económicas sin aportar prácticamente nada al estado.