Los españoles que pagamos religiosamente las facturas de gas y electricidad deberíamos cuestionarnos si los gobiernos que hemos tenido, por lo menos desde que comenzó este último siglo, han gestionado el asunto de la energía pensando en nosotros, o si lo han hecho influenciados por otros intereses, según el momento político y la capacidad de influencia de cada grupo de interés o de presión.
La apuesta por las energías renovables debería estar en la mente de cualquier político responsable. La lenta, pero continua, tendencia a la baja del empleo de los combustibles fósiles es un hecho que difícilmente vaya a tener vuelta atrás, a pesar de los deseos de rusos, norteamericanos y de algunos países que, erróneamente, ha venido basando su economía casi exclusivamente en los beneficios que les producían.
Como puede observarse en este gráfico las energías renovables generaron en España el 51,4 % de la energía durante el primer semestre de 2021. En este periodo de tiempo, por ejemplo, la producción de energía eólica (24,7 %) consiguió superar a la de las centrales nucleares (20,9 %). Incluso hemos tenido días en los que las energías renovables han aportado el 69,2% de la estructura productiva total, dato que parece colocarnos en el camino correcto.
Pero no todo es de color verde, por mucho que se empeñen los talibanes del ecologismo. Hay momentos en los que las condiciones climáticas no favorecen la producción de energía renovable, además hay que tener en cuenta que la tecnología no ha logrado todavía solucionar el problema de almacenamiento de esas energías, para utilizarla los días climatológicamente menos favorables. Por ello no se puede descuidar la generación de energía mediante la utilización de otras fuentes como pueden ser la nuclear, la cogeneración[1], o la de ciclo combinado.
En resumidas cuentas, no podemos entregarnos a los deseos del lobby ecologista, pero tampoco podemos caer en el error de decretar el tristemente famoso “impuesto al sol” del exministro Jose Manuel Soria, personaje que, curiosamente, ha terminado presidiendo la empresa británica Island Green Power, un desarrollador de energía fotovoltaica que tiene previsto invertir más de 150 millones de euros en nuestro país. ¡Lo que hay que ver! Aunque, como consumidor y puntual pagador, tampoco miro con buenos ojos las subvenciones a la producción de las energías renovables, que repercuten en la factura de mensual de los españoles. En caso de ser necesarias esas ayudas, deberían pasar a formar parte de los Presupuestos Generales del Estado (PGE), máxime cuando las mayores beneficiarias son las mismas empresas que también producen energías procedentes de combustibles fósiles y que nos pasan regularmente la factura.
El precio de la electricidad y del gas, como puede observarse en la siguiente tabla con datos de la OMIE[2], ya había subido el año 2021, antes de que nuestro gobierno y con el resto de los ejecutivos europeos, tuvieran la excusa de la dichosa guerra de Ucrania. Evidentemente, con la guerra, y seguramente gracias a equivocadas e interesadas políticas energéticas, las circunstancias han ido a peor a lo largo del año 2022 y lo que nos espera.
EVOLUCIÓN ANUAL DEL MERCADO MAYORISTA (OMIE)
Año |
Precio €/MWh |
Media 2022 (provisional) |
196,8 |
Media 2021 |
111,85 |
Media 2020 |
33,96 |
Media 2019 |
47,68 |
Media 2018 |
57,29 |
Media 2017 |
52,24 |
Media 2016 |
39,67 |
Media 2015 |
50,32 |
Media 2014 |
42,13 |
Esa guerra que nunca debió producirse ha traído a Europa incertidumbre y desasosiego. La situación económica en Europa, que ya no era boyante, ha pasado a ser muy preocupante, sobre todo para los de siempre, para los que pagamos las ocurrencias de unos políticos que hace tiempo han dejado de dar la talla y que han dejado de ser hombres de Estado para quedarse en simples delegados del “Gran Hermano” de turno. Están siendo unos momentos en los que se está poniendo a prueba la capacidad de la Unión Europea para dar una respuesta “propia” y única ante una situación no directamente provocada por ella, pero que le esta creando una crisis de primer orden. Sin embargo, como casi siempre, se están evidenciando muestras de falta de unidad y, lo que es peor, de falta de criterio propio y único frente a los intereses de los EE. UU., país que ha vuelto a presentarse como salvador de Europa, esta vez incrementando sus exportaciones de gas a un subcontinente, el europeo, que se lo paga más caro de lo que se lo pagaba a los rusos.
No voy a entrar en quiénes, cómo y por qué provocaron la guerra de Ucrania, ya he dado mi opinión en otros artículos y ahora no se trata de eso. Aunque quiero dejar claro que, en mi opinión, Ucrania no solo tiene el derecho a defenderse, también tiene el deber de hacerlo frente a la invasión rusa. Los ucranianos solo son las víctimas de un maldito juego geoestratégico cuyos jugadores han utilizado sentimientos nacionalistas para que esa pelea de gallitos no salga del barrio ucraniano, no vaya a ser que les lleguen las piedras a sus tejados.
El caso es que a Europa, de nuevo, le toca bailar con el más feo, porque la opción del malo nunca se ha probado y seguramente tampoco sería para echar cohetes. La tercera cinematográfica opción sería bailar con el bueno, pero ese hace tiempo que desapareció allende los mares. A Europa le queda imponer, de buena o mala gana, sanciones de dudosa eficacia a Rusia y después amoldarse al gas que los rusos quieran vendernos. No hay problema, a Europa siempre le quedará el gas licuado importado de EE. UU. o de otras “generosas” naciones.
España, después de la innecesaria tensión creada en la relaciones con Argelia, nuestro anterior mayor proveedor, ha tenido que acudir al gas licuado importado de EE. UU. y, en menor medida, a otras naciones que amablemente lo proporcionan cuatro veces más caro que el año pasado. Lo curioso es que, después de la crisis con Argelia, las empresas energéticas españolas también han adquirido gas ruso en una proporción bastante mayor que antes de la guerra de Ucrania. El 24,4 % del total del gas importado por España en el sexto mes del año procedieron de Rusia (antes no pasaba del 9 %), convirtiendo al “malo” de la película en el segundo proveedor nacional después de EE. UU., “el feo” de la peli, que nos ha aportado el 29,6 % en junio 2022, cuando este país años antes no pasaba de ser un proveedor casi casual. Mientras, desde Argelia hemos pasado a importar solo el 21,6 %, más o menos la mitad que antes del fiasco de la política exterior del señor Sánchez. ¡Curioso!
Está claro que en política energética lo mejor es diversificar pero no deberíamos descuidar nuestras posibilidades de producción. En eso si podríamos seguir el ejemplo de los EE. UU. que ha pasado de ser importador de hidrocarburos a constituirse en un exportador importante. El truco ha sido el empleo del denostado “fracking” para la extracción de hidrocarburos no convencionales o de esquisto.
En el año2013, el Consejo Superior de Colegios de Ingenieros de Minas de España publicó el informe “Gas no convencional en España, una oportunidad de futuro. Entre las conclusiones de este informe encontré el siguiente párrafo:
“En España se importa el 99 % de los hidrocarburos consumidos. En 2011 la factura derivada de la importación de productos energéticos (petróleo, gas y carbón) ascendió a 56.000 millones de €, aproximadamente el 4 % del PIB. Cualquier actuación tendente a revertir esta situación, tiene el beneficioso doble efecto de mejorar nuestra balanza de pagos y la creación de numerosos puestos de trabajo”.
Actualmente la producción de gas propia de España es de 1.418 GWh (0,34 % del total), en su mayoría procedente del yacimiento convencional de Viura (La Rioja). Hay otras posibilidades que podrían aliviar en gran medida nuestro problema y son la exploración y explotación de gas no convencional. De ellas, de sus ventajas y de sus problemas pretendo hablar en próximos artículos. De momento solo intento sembrar la duda y la inquietud.
Labuerda, 28 de agosto 2022
LUIS BAILE ROY
[1] Una central eléctrica de cogeneración produce tanto electricidad como agua caliente y suministra ambas para su consumo. Puede alcanzar una eficiencia del 90%, muy superior a la que logran las centrales típicas de ciclo combinado.
[2] OMIE es el operador de mercado eléctrico designado(NEMO, según la terminología europea) para la gestión del mercado diario e intradiario de electricidad en la Península Ibérica.