7 de julio de 2025 16:10

Blog sobre demografía y política

 «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los  remedios equivocados.»  Groucho Marx

¿ES EL ESTADO FEDERAL LA SOLUCIÓN?

¿Qué encontrarás en este artículo?

 

En la cabecera del artículo del doctor en Ciencias Políticas José Miguel Palacios, publicado por Heraldo de Aragón el 17 de noviembre 2020, se invita a los españoles a “reflexionar sobre las fórmulas que podrían ayudarnos a superar las enquistadas tensiones territoriales y a convivir en libertad, igualdad y fraternidad”.

El articulista cree que los exministros catalanes José Borrel y José Piquétenían el convencimiento de que existían fórmulas alternativas para que los españoles sigamos siendo libres, seamos iguales y volvamos a ser fraternos” y que, por ello, en el año 2017, “propusieron dos soluciones para el problema generado por el proces: transformar el Estado de las Autonomías en un Estado Federal o buscar la manera de encontrar un estatuto especial para Cataluña.

Cuando leí las palabras libertad, igualdad y fraternidad, que seguían a la mención de las “enquistadas tensiones territoriales”, se me despertó el interés por conocer esas fórmulas alternativas, pero reconozco que, a la vez, me dio un ataque de escepticismo, porque esos ideales heredados de la Revolución Francesa, y que se mantienen actualmente como principios de la República Francesa, son contradictorios con el espíritu del nacionalismo radical que se practica en nuestra piel de toro. Allí donde existen esas tensiones territoriales, sobre todo en Cataluña y País Vasco, la libertadsolo es privilegio de los que piensan y actúan según los dictados de los nacionalistas, que gobiernan gracias a la ventaja de unas leyes electorales “ad hoc” y al empleo de técnicas corruptas dirigidas a lograr el clientelismo y la dependencia psicológica y económica. Por esas mismas tierras tampoco se tiene demasiada afición por la igualdad, ni de derechos, ni de oportunidades, solo en caso de pertenecer a la exclusiva casta nacionalista en sus diferentes versiones se puede optar a la igualdad. Pero hablar de fraternidad es hablar de una utopía, si observamos el odio hacia lo español que rezuman algunos escritos de personajes tan deleznables como el “exhonorable” Torra, por poner solo un ejemplo

No es que otros lugares de nuestra Patria sean paraísos de libertad, igualdad y fraternidad, pero en ellos sí que es más fácil mantener alguna esperanza de lograrlo o, por lo menos, de aproximarnos algún día.

Volviendo a los dos exministros. Según cuenta el articulista, estos señores propusieron dos fórmulas alternativas para solucionar las tensiones territoriales de nuestro país:

·         Trasformar el Estado de las Autonomías en un Estado Federal.

·         Buscar una manera de encontrar un estatuto especial para Cataluña.

Empezando por la segunda alternativa, seguramente me equivocaré, pero me da la sensación de que lanzaron un órdago a la grande, como alternativa a la transformación en un Estado Federal, para hacer pasar ésta como un mal menor al que habría que acudir irremediablemente, o porque ellos realmente pensaban que Cataluña debía tener una forma especial de relación con el Estado español, ¿quizás algo así como una especie de Estado libre asociado? No conozco a los exministros ni sus verdaderas intenciones, así que no me voy a decantar por ninguna de las posibilidades. Aunque, ahora que pienso, de José Borrell si tengo algún recuerdo en la memoria sobre su actitud nada favorable al desarrollo del eje central pirenaico, cuando era ministro de Obras Públicas, allá por el año 1992. Actitud que a muchos aragoneses nos hizo sospechar que tenía cierta inclinación a dar un trato de favor a Cataluña a costa de otras regiones. Como ejemplo valgan las palabras del diputado de las Cortes de Aragón Juan Antonio Bolea Foradada, según consta en Diario de Sesiones de las Cortes de Aragón n°: 106 de Plenos (III Legislatura):

Este joven Ministro socialista, que es de los que más viajan y de los que más críticas recogen en sus viajes, apareció a principios de julio por Aragón, con ocasión de la iniciación de las obras del túnel de Somport, y con motivo de esa visita el señor Borrell contestó a una serie de interrogantes que nos afectan a los aragoneses…….. Y el ilustre señor Borrell no tuvo ningún inconveniente en decir lo que pensaba, o en decir lo que va a hacer, que consiste, ni más ni menos, que en afirmar de una forma clara que, en lo que de él dependa, el ferrocarril de Canfranc no se va a hacer”.

Volviendo al asunto, evidentemente la segunda alternativa era y es prácticamente inviable. En primer lugar porque el resto de las regiones del Estado Autonómico español con toda probabilidad no lo hubieran admitido. No sería el caso del País Vasco, que se hubiera apuntado al carro de manera inmediata, repitiendo las veleidades del 2005[1] y abriendo una fractura más en la estructura territorial del Estado. En segundo lugar porque esa propuesta hubiera supuesto una reforma de la Constitución, que tendría que pasar por el filtro, entre otros, de un referéndum nacional y quiero creer que el pueblo español no lo hubiera aprobado (de lo contrario, apaga y vámonos).

El doctor Palacios introduce, además, una variante que estima más “equilibrada” que la opción del Estado asociado, sería la formación de una Confederación. Reconoce que la idea de Confederación asusta, sobre todo porque los Estados miembros conservan su soberanía y su derecho a abandonar la Confederación en el momento que consideren pertinente. Pero, acto seguido, para tranquilizarnos, aclara que en “algunos modelos cuasiconfederales modernos” puede limitarse o excluirse el derecho a la autodeterminación, como son los casos de Serbia-Montenegro y Bosnia-Herzegovina respectivamente. Ya solo se habla de “cuasiconfederaciones” con ciertas limitaciones de derechos, ejemplificadas en casos de corto recorrido temporal, con un pasado próximo de violencia extrema y de incierto futuro.

Desde mi punto de vista, tanto la segunda alternativa ofrecida por los exministros, como la equilibrada variante que contrapone a ella el autor, me parecen inviables desde el punto de vista práctico, desde el respeto a la parte de la población de esas regiones que se sigue sintiendo perteneciente la nación española y en consideración a todo el pueblo español que, por lo general, entiende que su nación, su Patria, es la España que conocemos, incluidas las regiones en las que se dan las aludidas tensiones territoriales. Además, el caso hipotético de la formación de una Confederación me parece una anomalía dentro de las actuales formas de Estado y de sus transformaciones. En primer lugar porque las confederaciones tienen un fundamento contractual entre entidades políticas independientes preexistentes (Estados miembros), que no es nuestro caso, que acuerdan confederarse (dinámica de unión, no de separación), delegando algunos poderes a los órganos confederales y conservando la mayor parte de las competencias políticas, sociales y económicas, además de la soberanía nacional y su derecho a la secesión. En segundo lugar, porque la gran mayoría de los estados confederados han evolucionado, llevados por una general dinámica unitaria, hacia formas federales. Así ocurrió con la Confederación de los EEUU en 1787, con la Confederación Hevética en 1848 y con la Confederación alemana en 1866.  No obstante, aunque las confederaciones han ido derivando hacia Estados federales y han quedado como el recuerdo histórico de un sistema inestable, que la dinámica política lo ha llevado hacia fórmulas más unitarias, en la actualidad han surgido organizaciones supranacionalidades que tienen muchas similitudes a las confederaciones, por ejemplo la Unión Europea.

Por lo que se refiere a la primera alternativa, la federal, contemplada por los exministros Borrell (PSC-PSOE) y Piqué (PP), tengo que admitir que cabría dentro de las posibilidades de transformación de nuestra estructura territorial, aunque lo hago con ciertas reservas que iré explicando.

Pero, antes de nada, habría que hacer un rápido repaso de la evolución del modelo de Estado desde el Antiguo Régimen (Siglos XV a XVIII), porque siempre conviene tener presente de dónde venimos, para tener una idea de hacia dónde vamos. Durante el Antiguo Régimen las monarquías autoritarias o absolutas, todas ellas con tendencia centralizadora en mayor o menor medida, tuvieron que lidiar con los poderes estamentales (nobleza, clero) y territoriales. Pero la perseverancia en la búsqueda de la eficacia, mediante el control de una administración uniforme y jerarquizada piramidalmente, hizo emerger la centralización del poder del Estado, el Estado unitario, por encima de las tendencias centrífugas y de los privilegios de los estamentos. Las revoluciones liberales del Siglo VXIII desembocaron en los primeros estados liberales del Siglo XVIII, en los que preponderaba la racionalización manteniendo, por ello, el modelo unitario de Estado aunque, en algunos casos, no pudieron acabar con algunos privilegios tradicionales, como es el caso de los fueros en algunas regiones españolas (privilegios que permanecen hoy día en algunas regiones) o de los autogobiernos locales en el seno del Reino Unido.

Este es el punto de partida de los Estados unitarios, pero ¿Cuál es el de los Estados compuestos? Generalmente se ha entendido que éstos son formaciones estatales que han surgido como consecuencia de procesos de unión de entidades políticas o estados preexistentes que deciden libremente, por convergencia de intereses políticos, militares, económicos y por similitudes culturales, fusionarse mediante unos acuerdos que modularán las características específicas de la unión. A este modelo de formación de un Estado federal se le ha llamado evolutivo o de unión (coming together, Alfred Stepan 2001). Este es el sentido que generalmente se le ha venido dando al concepto de Estado federal, concepto etimológicamente derivado del Latín, “foederāre”: unir, aliar. Su historia transcurre paralela al nacimiento y expansión del moderno Estado-Nación, a imagen y semejanza del Estado diseñado en la Constitución de los Estados Unidos de 1787, que contemplaba un gobierno nacional fuerte y una administración e instituciones representativas y judiciales con capacidad de decisión sobre los asuntos comunes, al servicio de un pueblo con una única identidad nacional, y unos Estados que conservaban sus instituciones propias y la capacidad de decisión sobre sus asuntos. Las variantes de este modelo de federación son incontables, según se aproximen más al federalismo contractual o al nacional, según como resuelvan la problemática teórica de la titularidad de la soberanía en el Estado federal, o según profundicen más o menos en la descentralización política, legislativa y del poder judicial.

Pero, en la actualidad, se admiten otros modos de formación de los Estados federales, los denominados federalismos devolutivo y de mantenimiento, que nacen de un Estado unitario, normalmente como respuesta a un riesgo de desintegración de éste. A este respecto, autores como Kelsen, La Pergola o García Pelayo consideran que el modo de formación de un Estado federal no tiene la importancia que tiene el análisis de sus características federales, a la hora de clasificarlo como federal o no. Admitiendo esta consideración y obviando la etimología del término, así como sus orígenes históricos, podríamos denominar como federal el resultado de la descentralización de un Estado unitario.

Tras esta aproximación resumida sobre los puntos de partida y características de las principales formaciones estatales, puede ser conveniente hacer alguna consideración sobre proceso de descentralización que se viene produciendo, desde hace décadas, en los Estados miembros de la Unión Europea (UE) que no eran ya Estados federales o regionales. Este proceso, que no siempre ha estado causado por la necesidad de dar respuesta a tensiones territoriales, ha supuesto la regionalización de Francia e Italia, el proceso llamado de “devolución”en el Reino Unido y las que muchos autores consideran las federalizaciones de España y Bélgica, por poner algunos ejemplos. Esta descentralización, más o menos profunda según los casos, en paralelo a la estructura supranacional de la UE suponen un cambio de paradigma, producido por la evolución del Estado-Nación y del concepto de soberanía nacional única, hacia una limitación de las soberanías estatales, así como a la formación de Estados federales, normalmente de carácter cooperativo, y de otras estructuras interestatales de carácter también federal.

Ahora yo me pregunto: ¿la respuesta para solucionar las tensiones territoriales de nuestro país es profundizar más en la descentralización de nuestro modelo de Estado? Ya en 1970 Salvador de Madariaga en “Memorias de un Federalistaofreció una fórmula, considerada entonces federalista, para el reconocimiento político de Cataluña, Euskadi y Galicia “para satisfacer a los nacionalistas irredentos sin perjudicar a nadie”. El mapa del Estado Autonómico que surgió después de la Constitución de 1978 era casi igual al propuesto por Salvador de Madariaga. Y, al final del libro, en las conclusiones, a propósito de su propuesta federalista, dejó una cita premonitoria:  para que a la salida de la dictadura no ocurra en España lo que sucederá en Yugoslavia a la muerte del mariscal Tito”. Por ahora el deseo de Salvador de Madariaga se ha cumplido, no hemos llegado a los extremos a los que se llegó en la antigua República Federal Yugoslava.

Si atendemos a algunas experiencias ajenas, unas históricas y a otras más o menos actuales, hay evidencias de que una mayor descentralización, incluso el alcanzar la mayor consideración como Estado federal, antes que resultar una solución ante las tensiones secesionistas, han resultado ser un estímulo a éstas. Ejemplos los tenemos desde el fracaso de la federalización del Imperio Austro-Húngaro, hasta el desastre ocurrido con la antigua Yugoslavia, pasando por los larvados e inconclusos conflictos de Canadá o Bélgica, por poner algunos ejemplos.

Si fijamos la mirada en nuestro pasado, podemos recordar el intento de federalismo de la I República Española que acabo en un cantonalismo propio de una película de los hermanos Marx, el Estado Integral de la Constitución de la II República Española (1931), que reconocía unas autonomías muy amplias para Cataluña, las Provincias Vascongadas y Galicia, y que tuvo que aguantar dos golpes de Estado separatistas por parte de la Generalidad Catalana (1934 y 1936). No parecen buenos antecedentes, y tampoco son buenos los consecuentes del continuo traspaso de competencias que se ha venido produciendo desde hace décadas, al albor del artículo 150.2[2] de la CE, y que han llevado, en la práctica, a la existencia, en al menos dos de las regiones españolas, de una situación muy similar a la de un Estado federal asimétrico y no cooperativo. Federalismo que no tendría nada de particular si así se hubiera estableciera por la voluntad del pueblo, puesta negro sobre blanco en una Constitución votada para el caso. Pero no ha sido así, la realidad es que se ha llevado al límite el marco legal, cuando no se ha sobrepasado, como cuando se dio el tercer golpe de Estado separatista por parte de la Generalidad de Cataluña el año 2017. Y se ha creado una situación de discriminación y aislamiento a buena parte de la población de varias regiones españolas.

Por eso soy totalmente pesimista ante la posibilidad de que la evolución hacia una forma de Estado compuesto aún más desarrollado que el actual,  vaya a solucionar las tensiones territoriales. Los nacionalistas, por lo menos en España, llevan en su ADN la separación de España sin paliativos, la segregación de los que se consideran españoles en esas regiones y el odio a todo lo español. Por eso vienen presionando sin parar a los sucesivos gobiernos nacionales consiguiendo más y más competencias y fondos públicos estatales, para eso han ido contribuyendo cada vez menos a los fondos de compensación. Con el objetivo de lograr la secesión también han utilizado la lengua como arma de segregación y han manipulado la historia a su antojo. Los separatistas, del color que sean, llevan muchos años manteniendo discursos absolutamente irracionales y panfletarios, cargados de complejos, prejuicios y odio.

Desde mi punto de vista, no es que no haya que explorar nuevas propuestas políticas, la evolución de sistemas y nuevas modalidades de formación estatal. El mundo actual, según lo que se pueden ir vislumbrando, está en un momento de cambio de paradigma en lo que se refiere al concepto de soberanía y de estructuras estatales y supraestatales. Es necesario pensar a largo plazo y hablar de todo ello, para ir diseñando los caminos a seguir y los cambios a acometer siempre con prudencia y el necesario respeto a la legalidad. Hay que hablar mucho, pero siempre con personas capaces de mantener un debate inteligente y coherente, con personas generosas, con respeto por todo aquel que piensa diferente y quiere que se respeten sus costumbres, creencias y sus señas de identidad. Pero me da la sensación de que ese utópico debate nunca se podrá mantener con personajes del calibre del Diputado Rufián, capaz de solicitar que se obligue a la Comunidad de Madrid a subir los impuestos a los madrileños y que se decrete una armonización fiscal (entiéndase subida de impuestos) para todas las autonomías y, acto seguido, en la misma declaración, pedir con tono imperativo que se dé la total independencia fiscal a Cataluña. Vengo insistiendo en la falta de categoría intelectual y ética de nuestros políticos, en general, pero lo de este personaje y otros como Otegui es anormal, incluso dentro de la anormalidad general. El verdadero problema es que los hay, como las señoras Lastra y Batet, que les ríen las estupideces que sueltan con tono de solemnidad.

En definitiva, no veo la solución a las tensiones territoriales en el establecimiento un Estado federal, ni por vía constitucional, ni a la brava. La solución puede estar en decidirse de manera inmediata, y con todos los medios puestos en el asador, a dar la batalla cultural. Será un esfuerzo inmenso, proporcional al tamaño de la dejación que se ha practicado por los sucesivos gobiernos a lo largo de más de treinta años. Será una batalla larga, en la que habrá que involucrar a filósofos, historiadores, educadores, medios de comunicación, etc., durante al menos otros treinta años, y en la que será imprescindible perseverar en los esfuerzos para alcanzar los objetivos que se vayan planteando, pero no queda otra si queremos enfilar el cambio de paradigma que he mencionado anteriormente con el rumbo adecuado.

LUIS BAILE ROY

 



[1] El autor del artículo supone que la alternativa del estatuto especial “consistiría en una fórmula similar a la propuesta que Ibararretxe presentó al Congreso en 2005: Estado asociado….. Ejemplo extremo de asimetría”.

[2] El Estado podrá transferir o delegar en las Comunidades Autónomas, mediante ley orgánica, facultades correspondientes a materia de titularidad estatal que por su propia naturaleza sean susceptibles de transferencia o delegación. La ley preverá en cada caso la correspondiente transferencia de medios financieros, así como las formas de control que se reserve el Estado”.

 

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Luis Baile Roy

1 comentario en “¿ES EL ESTADO FEDERAL LA SOLUCIÓN?”

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