Dentro de poco tendremos que ver otra ofensiva de los nacionalismos periféricos. A pesar de que parece que apoyo al secesionismo ha descendido tanto en Cataluña como en el Vascongadas, o precisamente por ello, pronto sus dirigentes van a volver a liarla. Aprovechando la previsible debilidad del presidente Sánchez a corto plazo y antes de que se produzca un relevo de incierto carácter en la Moncloa, los movimientos secesionistas van a lanzar otro órdago.
Pese a haber alcanzado cotas de autogobierno que van mucho más allá de lo que nunca soñaron los defensores de los viejos fueros, volverán pronto a por más. A pesar de que el realismo lo desaconseje y de que posiblemente ni ellos lo tengan claro, “ho tornaran a fer” (lo volverán a hacer). Y nosotros, muy posiblemente, veremos de nuevo el espectáculo de un gobierno que no sabrá manejar ese tipo de crisis con la necesaria inteligencia, pero con la debida firmeza apoyada en la LEY.
Por eso, antes de que lleguen esos momentos, no está de más aclarar algunos conceptos. Pretendo quitar algunas vendas de los ojos, remover posiciones rígidas y dar un toque de realismo a la cuestión, que falta hace.
Los secesionistas manejan alegremente conceptos e ideas como “pueblo” y “nación”. La mayor parte de las veces estas palabras y conceptos son utilizados por personas burdamente adoctrinadas, que a duras penas saben de lo que están hablando. Otras veces son utilizadas, retorciendo su verdadero significado, por personas cuyos objetivos están claros para el que lo quiera ver. Las mismas personas que, aprovechando las ventajas que les ofrecen las amplias trasferencias políticas y administrativas de sus respectivas autonomías, incluso ampliándolas ilegalmente, atraen y adoctrinan de forma indisimulada a todo aquel que encuentra en ello alguna ventaja o, simplemente, se deja llevar.
Un pueblo, según Ortega y Gasset, “es un estilo de vida, y como tal, consiste en una modulación simple y diferencial que va organizando la materia en torno”. Decía el gran filósofo español que el pueblo español es problemático porque no deja de preguntarse sobre su identidad y su destino. Para él esos interrogantes, antes de constituir un problema, suponen que este pueblo cuenta con una esencia profunda, una idea de permanencia y con una misión en la historia.
Gustavo Bueno, el filósofo español desarrollador del materialismo filosófico, fallecido en 2016, hablando de las diferencias entre democracia representativa y populista, venía a decir que esa cuestión estaba relacionada con la idea de pueblo como entidad política que, a su vez, estaba conectada con las ideas de “nación política” y “nación cultural”, conceptos en los que entraremos después relacionándolos. De momento quedémonos con la siguiente idea trasmitida por Gustavo Bueno:
“El pueblo es el conjunto de los ciudadanos vivos, en el presente, que intervienen en la vida «pública»; la Nación política incluye además a los antepasados (a los muertos) y a los descendientes, a los padres (a la Patria pretérita) y a los hijos y descendientes (a la Patria futura). La Nación política es un concepto histórico, la nación étnica o cultural es un concepto antropológico”.
De una manera algo menos completa, en sociología se suele considerar que pueblo «es un sentimiento de pertenencia a un grupo humano, una cultura, una historia, tradiciones compartidas, a veces una lengua«
Nada se menciona en estas ideas o conceptos del aspecto racista, al que frecuentemente recurren dirigentes nacionalistas como Pujol, Torra, Puigdemont, Navarro, Rull, etc. cuando se refieren a «su pueblo». Ellos parecen estar más en la línea del desequilibrado Arana y sus herederos.
Sigamos ahora por el concepto de Nación. Para no complicar esta cuestión, que tantas dudas suscitaba en Zapatero, obviaré los debates de los sesudos textos de Teoría Política y volveré a las ideas de Gustavo Bueno sobre la relación existente entre la idea de pueblo, como entidad política, y las ideas de Nación Política y Nación Cultural que, a su vez, están conectadas con los conceptos de democracia representativa y populista.
Para Bueno, si el pueblo forma parte de una Nación Política que a lo largo de la historia ha integrado antiguas etnias en una unidad cultural, lingüística y de forma de vida, y además ha logrado un desarrollo económico que le permite ser una sociedad en una situación próxima al estado del bienestar, entonces es muy probable que las democracia indirecta o representativa sea su sistema político. Es el caso de naciones europeas actuales como Reino Unido, Alemania, Italia, Francia o España.
Por el contrario, en el caso de que la Nación Política no haya logrado aún refundir en una sola Nación Cultural a los diversos grupos étnicos, culturales o «indígenas», que fueron conformando su historia, si tiene todavía pendientes las cuestiones culturales, étnicas, o de los indigenismos de la sociedad, sea porque existan o se reaviven artificialmente, entonces difícilmente podrá alcanzarse un sistema político de democracia representativa. Mas bien se tenderá a la forma de una democracia en la que tengan participación directa los individuos que forman parte de una etnia, de una tribu, de una cultura determinada, no los individuos de la Nación Política.
Por ese camino, el de la ausencia de integración de culturas, etnias y costumbres, una democracia participativa tenderá a conformar una especie de estado confederado, una «nación política de naciones políticas», una confederación, confundida a menudo con un estado federal. Ese puede que sea el deseo de muchos, de nacionalistas y de aquellos que comparten las angustias teóricas de Zapatero. Esa puede que sea la hoja de ruta que consciente o inconscientemente compartan los secesionistas y los incautos federalistas, a los que España, como Nación Política y Cultural, les rechina.
Para Bueno, en la Nación Española, o comunidad Hispánica, teóricamente podríamos distinguir “naciones étnicas”: canarios, ceutís, catalanes, castellanos, valencianos, aragoneses, vascos, gallegos. Todos ellos conscientes de su existir como tales pero, sobre todo, porque se distinguen unos de otros dentro de un marco común de referencia, que es la Nación Española en su sentido de nación política. Así el catalán, el gallego o el andaluz toman conciencia de que lo son por convivir, dentro de la comunidad política hispánica, con castellanos, extremeños, etc.
La Nación Española, como comunidad política emerge de la historia, como una sedimentación, una fusión de realidades culturales y políticas previas (fenicios, visigodos, hispano-romanos, celtas, etc), que culminó en el Imperio Hispano, realidad preexistente de lo que Bueno denomina la «nación canónica» española, la nación en sentido político estricto, es decir cuando constituye un Estado, en cuyo seno se modela. De similar manera se forjaron las naciones italiana, alemana o sueca, por ejemplo.
En oposición a ese nacionalismo canónico, o integrador, existe el nacionalismo desintegrador, o fraccionario, para el que la nación es algo metafísico situado más allá de la historia. Para lo que recurren a supuestos antropológicos absurdos, como el de un ethos ibérico que, curiosamente, ocupaba los territorios de los imaginarios «països catalans», cosa tan absurda como llamar españoles a los íberos. Este nacionalismo es el que conduce a la idea de «nación fraccionaria» propia de los nacionalismos desintegradores radicales vasco, catalán o corso, según Bueno.
Gustavo Bueno saca de toda su reflexión sobre estos aspectos dos conclusiones realmente contundentes. La primera es que los nacionalismos fraccionarios, para sostener la ilusoria nación fraccionaria, precisa de la mentira histórica. Las naciones canónicas, los Estados-Nación, surgen de la hist oria, mientras las naciones fraccionarias lo hacen de la metafísica, manipulando la historia para que encaje en sus planteamientos metafísicos. La segunda es que la nación fraccionaria siempre surgirá de una nación canónica preexistente. Mientras que la nación canónica se forma por integración de pueblos o naciones étnicas anteriormente existentes, la nación fraccionaria intenta constituirse mediante la desintegración o destrucción de una nación canónica preexistente, considera a veces como la nación invasora, opresora o se le niega su carácter de nación.
Bosch-Gimpera |
Palabras parecidas a estas últimas salieron de la boca de de Bosch-Gimpera, rector de la Universidad central de Barcelona que, en septiembre del año 1937, durante una conferencia en Valencia dijo:
«La verdadera España se halla todavía en formación y lejos de haberse constituido definitivamente. En la Historia y en los tiempos presentes hay culturas españolas, ‘la cultura española’ está por venir y será la resultante de aquéllas….España no existe, insisto….España es solo una superestructura….»
A esa conferencia asistió, supongo que atónito, Manuel Azaña que solo dos meses antes, en julio de 1937, pronunciaba un discurso en la misma Valencia en el que dijo:
«España en todo su ser, en lo físico y en lo moral; en sus tierras, fértiles o áridas; en sus paisajes, emocionantes o no (…). Todo eso junto, unido por la misma ilustre historia; todo eso junto constituye un ser moral vivo que se llama España, y que es lo que existe y por lo que se lucha (…). Exalto de esta manera la idea nacional, porque sólo su substancia sensible de histórica y su latido emocional humano es lo que da contenido a todo lo que está pasando en nuestro país».
En otros artículos de este Blog he expuesto mi manera de pensar en cuanto al federalismo, no me voy a repetir, ahora solo quiero dejar constancia de que, para mi, las posturas nacionalistas radicales en España, además de trasnochadas, constituyen un engaño al pueblo al que ellos dicen defender y una deslealtad a todo el pueblo español, con el que comparten historia, cultura, venturas y desventuras, lo quieran o no. Los nacionalismos en España siempre han sido utilizados por las élites burguesas de esas regiones para incrementar sus beneficios de clase a costa del Estado español y de su propia población. «Unos mueven el árbol y otros recogen las nueces», como decía Arzallus
En cuanto a los partidos políticos nacionales poco queda por decir. Han demostrado su falta de capacidad para resolver el problema del nacionalismo fragmentario, se han estado dejando chantajear por los partidos nacionalistas siempre que han necesitado un puñado de votos que podían haber conseguido en otros caladeros, si no fuera por su arrogante y estúpida intransigencia y han dejado que el monstruo engordara de tal manera que ahora tienen difícil pararlo.
Su sentido de Estado, su respeto por España y por el pueblo español son inexistentes. Con su falta de políticas sociales efectivas, con su falta de ética y moralidad, no hacen más que ayudar a los que pretenden fraccionar España. La solución la conocen: Váyanse, pero no solo Sánchez y sus ovejas, deben irse unos cuantos más, a izquierda y a derecha. Quizás, sin los que hoy están medrando en la política nacional, se pueda cambiar el actual sistema electoral, causa de la mayoría de nuestros males, se pueda mejorar este imperfecto sistema de gobierno representativo que tenemos y se logre un mayor control ex-post de los gobiernos y del legislativo por parte de los ciudadanos.
Barcelona, 22 de mayo 2022
LUIS BAILE ROY
1 comentario en “LOS CONCEPTOS CLAROS Y EL CHOCOLATE ESPESO”
Buen artículo Luis. Como bien dices ,o así lo he entendido yo ,el problema de España son los malos políticos que hemos tenido y tenemos a lo largo de nuestra historia ya que los españoles sabemos actuar en defensa de nuestra Patria cuando está en peligro. La política y el partidismo han hecho de nuestra España un mercadeo continuo de amiguismo, nepotismo, corrupción y menudeo.