7 de julio de 2025 16:10

Blog sobre demografía y política

 «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los  remedios equivocados.»  Groucho Marx

SISTEMAS ALTERNATIVOS. ¿POR QUÉ NO DEBATIRLOS?

UN INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DEL ORGANICISMO SOCIAL, SISTEMA POLÍTICO QUE FUE BASE PARA LA TEORÍA KRAUSISTA

¿Qué encontrarás en este artículo?

ORGANICISMO SOCIAL. ANTIGUEDAD Y EDAD MEDIA

La imagen antropomórfica del Estado, que supone un cierto paralelismo entre los organismos biológicos y sociales, se inicia ya con Platón y Aristóteles, aunque sobre todo el segundo no lo hacen en sentido estricto. Mas tarde fueron los estoicos como Séneca, Epícteto, Cicerón o Marco Aurelio que dejó escrito algo tan próximo a esa visión antropomórfica como: “El orden universal y el orden personal no son otra cosa que diferentes expresiones y manifestaciones de un principio común fundamental”. Los fundamentos grecolatinos dejaron su influjo en la doctrina cristiana, como lo demuestra lo escrito por Pablo de Tarso: “De la misma manera que un solo cuerpo tiene muchos miembros y todos los miembros no tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros”. También hacen referencia al organicismo Agustín de Hipona y Gregorio Magno en la transición del mundo antiguo al medieval.

TOMÁS DE AQUINO

SUAREZ

Según Gierke[1], en la Edad Media el organicismo alcanza un momento culminante. Ejemplos de ello se pueden encontrar tanto en las obras de Tomás de Aquino o su discípulo Tolomeo de Luca, que escribió: “Un reino, una ciudad, un campamento o cualquier reunión de hombres es semejante al cuerpo humano”, como en el Código de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio. Juristas y filósofos medievales, posicionados frente al centralismo de pontífices y emperadores, sacaron a relucir los estamentos y gremios y, en definitiva, toda una panoplia de cuerpos intermedios que constituían los organismos sociales, que poco a poco iban a ir contando con una representación política que fue la base de la democracia orgánica. Gracias a esos cuerpos intermedios, los individuos no eran tomados como un sumatorio de individualidades que conformaban una masa indiferenciada o inerte, sino como partes de un organismo articulado según profesiones, oficios o rangos, todos ellos ámbitos diferenciados y autónomos pero jerarquizados y, por supuesto, conexos por su interdependencia funcional. Los ciudadanos conectaban con las altas jerarquías de las grandes estructuras sociales (Iglesia, Estado) sólo a través de sucesivos círculos de intereses corporativos que se interrelacionaban jerárquicamente, es decir con una estructura piramidal de representación.

La filosofía de Francisco Suárez, discípulo de Vitoria, heredera de los escolásticos medievales, transita hacia su particular modernidad, que difiere de la visión hegemónica de ésta en que, a su legado medieval, le suma la “factilidad”[1] y el “bien común” como fundamento de la vida en sociedad del individuo.

De Vitoria le separa una visión societaria del orden internacional, diferente a la comunitaria que tenía aquel, constituyendo esa diferencia la causa por la que se considera a Suárez más próximo a la modernidad que a la escolástica medieval. Considera al individuo como un ser social por naturaleza, que siempre a tendido a vivir en comunidad, a la que necesita para su conservación. Dándose el hecho de que en esas comunidades, inicialmente basadas en las familias, se superan los básicos lazos familiares para convertirse en comunidades políticas. Como consecuencia, surge el carácter natural del poder político, básico en la corriente iusnaturalista de la Escuela Española del Derecho Natural y de Gentes. Un poder político que Suárez considera necesario para una comunidad política que no es un simple agregado inorgánico de individuos, sino un organismo social en busca del bien común, y en la que el poder político tiene como fin la promoción de este. Por ello a Suárez se le considera un organicista, aunque, como eslabón entre la ética antigua y moderna, asome en sus escritos la noción del pacto social, anunciando la llegada del individualismo del siglo XVIII.


[1] Factilidad: está dada por algo que no puede negarse, en tanto resulta evidente o comprobable que sucede o sucedió.


[1] https://www.cepc.gob.es/sites/default/files/2021-12/35579rcec22247.pdf

LA REFORMA, REVOLUCIÓN Y TÍMIDA RESTAURACIÓN

Con la reforma luterana se proclamó un absoluto individualismo intelectual, poniendo en tela de juicio una religiosidad orgánica, que interponía el magisterio de la Iglesia entre los fieles, Dios y las Escrituras. También apareció el individualismo moral, o de la justificación por la fe, y el político, con lo que se amenazaba a las estructuras conocidas de la Iglesia y de la sociedad misma. La Revolución francesa dio una vuelta de tuerca a esa desestructuración. Un pacto entre individuos teóricamente iguales alumbraba la comunidad política, en la que la soberanía estaba, también teóricamente, repartida entre ellos. Dejaron de tenerse en consideración los cuerpos intermedios entre el individuo y el poder, se instituyó el sufragio universal inorgánico y así parecía que cada individuo podía ejercer una fracción del poder, aunque fuera ínfima. La sociedad orgánica anterior desapareció con los preceptos de Locke y Rousseau.

Al final del siglo XVIII y entrado ya el siglo XIX, un importante grupo de intelectuales, sobre todo en Alemania, trataron de recuperar y perfeccionar el pasado organicista, aglutinados en lo que se ha   denominado organicismo restauracionista, con sus diferentes evoluciones y formas de expresión, se concitaron en el rechazo del individualismo, la teoría del pacto social, el racionalismo, la demagogia y todo aquello que se derivaba de la Revolución francesa y la reforma, como la democracia inorgánica y el desprecio a la historia. Recuperan, adaptadas a su tiempo, todos aquellos principios que caracterizaron al organicismo social anterior, como el derecho consuetudinario en contraposición al voluntarismo jurídico, el naturalismo social, la importancia de los gremios en la representación de intereses y la confesionalidad contra el laicismo. En definitiva su idealismo filosófico e historicismo se contraponía al despotismo absolutista, recuperando la concepción orgánica de la sociedad. Entre estos intelectuales, escritores y filósofos se contaba con Herder, Fitche, W. Schlegel, Schleiermacher, Müler y Savigny, entre otros. A pesar de la extensión e importancia de sus obras, su programa institucional no logró anteponerse a los postulados revolucionarios, por lo que esa corriente idealista cayó en situación casi de ostracismo.

ROUSSEAU

HEGEL

Hegel también se puede añadir a ese prestigioso grupo de intelectuales ya que también antepone la concepción colectivista del Estado a la individualista del pensamiento de Rousseau. Agrupaba a los ciudadanos en tres clases: según el tipo de trabajo; según las necesidades y manera de satisfacerlas; y por su formación espiritual y costumbres. Defiende el carácter orgánico del Estado, en el que los ciudadanos no participan individualmente mediante el sistema democrático inorgánico, atomista, a través de asambleas estamentales, que son organismos superiores y representativos de estamentos inferiores tales como la familia o la corporación. Además de no estar de acuerdo con el postulado de la soberanía popular, ni con el voluntarismo constituyente, no creía en los parlamentos resultantes de la democracia inorgánica de un hombre un voto, de la simple suma de individualidades, pues opinaba que estaban abocados a ponerse al servicio del interés particular de los paridos, en lugar de buscar el interés general. Para Hegel la “corporación”, un nivel orgánico superior a la familia, y que tiene derecho a gestionar sus propios intereses, es la base de real de la representación: “La sociedad civil debe designar a sus representantes no dispersa en individualidades atómicas que solo se reúnen para un acto aislado y ocasional, sino en asociaciones, ayuntamientos y corporaciones. De este modo, entre los diputados habrá para cada rama particular de la sociedad individuos que pertenezcan a ella y que la conocen a fondo”. En este párrafo se ponen en valor dos razonamientos que apoyan el corporativismo: la elección como acto no aislado y la capacitación y el conocimiento de electores y elegidos. Pero, a pesar de todo, parece que Hegel estaba más próximo a la representación estamental que a la corporativa porque: rechazaba el mandato imperativo; y defendía el bicameralismo, con una cámara representativa de la nobleza hereditaria y otra en la que debían ser representada las demás clases. Por ello, Hegel no soltó definitivamente las amarras del Antiguo Régimen.

Después de este movimiento restauracionista, los intelectuales que retomaron la ideología organicista, aunque con menos fuerza que los anteriores, lo hicieron desde unas posiciones deístas y liberales. A esta corriente de pensamiento se le denominó krausismo, doctrina elaborada por Karl Christian Friedrich Krause (1781-1832), aunque fue su alumno Enrique Ahrens (1808-1874) el que realmente la desarrollara y diera a conocer mediante unos escritos elaborados con más claridad y mejor estructurados. El Curso de Derecho Natural de Ahrens, publicado en Madrid en 1841, fue el medio por el que se dio a conocer el krausismo en el mundo hispánico. Pero eso es otra historia de la que trataré la semana que viene cuando vuelva a abordar el tema del krausismo, su fugaz arraigo en España y su propuesta de democracia orgánica, como sistema sustitutivo o complementario al denostado parlamentarismo de la partitocracia.

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Luis Baile Roy

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