MODELO ORGÁNICO DE SOCIEDAD
La teoría de la democracia orgánica se contrapone a la de la inorgánica basada en los postulados de Rousseau y Locke. Para el organicismo la concepción del hombre es radialmente distinta de la visión individualista del hombre que tenían aquellos, que no era otro que un hombre que, al verse aislado, y por su tendencia a la convivencia, necesita hacer un contrato con otros para crear una sociedad y con un Estado que les proporcione seguridad. En ese modelo teórico la relación contractual voluntaria es del individuo con el Estado y una sociedad inexistentes hasta el acuerdo contractual protagonizado por el individuo. Pero ese individuo aislado es inverosímil y esa situación es irreal para los teóricos del organicismo.
El organicismo y, consecuentemente, los teóricos de la democracia orgánica creen en el hombre que vive en sociedad, que no aparece repentinamente en ella, ni la crea, la sociedad le viene dada. Es un hombre que nace en la célula social básica, la familia, a la que ni ha elegido ni ha creado, y que es la que le da la vida, la lengua y la cultura. El grupo de familias, organizado en el municipio, o en otro tipo de agrupación o sociedad, le facilita al individuo la enseñanza, la ampliación de la cultura que le facilitó la familia. Sucesivamente se va ampliando el ámbito de las influencias culturales y de formación, que estaban previamente disponibles en la sociedad, antes que el individuo. Tras la asimilación de lo transmitido por familia y sociedad, el individuo, por él mismo o mediante colaboración con algún determinado grupo, puede modificar o innovar algunos aspectos de la cultura e introducir nuevas enseñanzas en la formación de los miembros de la sociedad que se vayan incorporando posteriormente a ella.
Los teóricos del organicismo opinaban que, de la misma manera que lo que le viene dado al individuo por la existencia previa de la sociedad no es inmutable, tampoco lo es el ordenamiento jurídico de rango inferior a los derechos fundamentales del hombre, a pesar de que, como la cultura, le haya venido dado al hombre en sociedad. Por otra parte, los organicistas dejan claro que las constituciones, así como la diversa legislación que se genera en la sociedad, son el resultado de acuerdos entre unos pocos ciudadanos, especialistas o expertos en sus materias concretas y que éstos, actualmente, son personas habitualmente pertenecientes a unos partidos políticos que ejercen de verdaderas oligarquías y, por lo tanto, la sociedad no surge de un acuerdo libre negociado entre sus miembros, individualmente considerados. Además, la característica jerárquica inherente a todas las organizaciones sociales, un hecho biológico muy anterior a la aparición de los homínidos es una realidad con la que se ha encontrado el hombre. En resumen, los teóricos organicistas no aceptan la hipótesis de Locke del pacto social.
Por otra parte, para los organicistas la sociedad es un organismo que se autoconfigura a través de un proceso de crecimiento en el que, al ir incrementando la masa, se complica la estructura y se van diferenciando y especializando las funciones de cada una de las partes de la estructura, a la vez que se van haciendo más interdependientes. Es, consecuentemente, un organismo que, a medida que crece, se va autorregulando, adaptando y renovando, para lograr siempre un equilibrio funcional, a pesar de la incidencias que se le van presentando. Así, se puede decir que la estructura global condiciona cada vez más a las partes, a medida que crece. Por ello los organicistas creían que la sociedad no puede improvisarse, ni rehacerse de arriba abajo, porque la reacción de las estructuras y redes sociales a los estímulos repentimos son imprevisibles. Todo tiene sus tiempos.
Como he mencionado en el párrafo anterior, las partes de la estructura social son dependientes del todo e interdependientes entre ellas. Esas relaciones se producen por el conjunto de lo que esos teóricos denominan “cuerpos intermedios”, característicos de la sociedad orgánica. Desde la elemental formación de una pareja, normalmente conceptualizada como la unión entre hombre y mujer con capacidad de procreación (ahora, si no interesadamente cuestionada, sí ampliada a otras versiones y posibilidades), hasta la nación e, incluso, la humanidad contemplan una gran variedad de cuerpos intermedios.
ORGANICISMO TERRITORIAL Y FUNCIONAL
Entre estos cuerpos, por un lado, distinguían los pertenecientes al llamado organicismo territorial, como la aldea, el distrito municipal o el municipio donde se reúnen las relaciones sociales entre familias y laborales con las empresas y entre ellas; la comarca configurada por un número determinado de aldeas y municipios condicionados por situación geográfica y por la necesidad de la unidad de mercado y la comunicación cultural; la provincia como conjunto de comarcas y municipios unidos por diferentes condicionamientos geográficos, económicos, comerciales, culturales, etc.; hasta la nación, que conceptuaban como una agrupación humana con un conjunto de tradiciones e intereses que generan un anhelo de destino histórico común. La nacionalidad, por lo tanto, se va formando mediante un proceso orgánico, que se inicia en la célula social básica, la familia y se va desarrollando.
Junto al territorial señalaban como fundamental el organicismo funcional, consecuente con la división del trabajo y de las diferentes funciones dentro de la sociedad a las que aludía antes. Cuanto más crece una sociedad determinada, más se amplía la diferenciación funcional y mayor es la especialización, lo que conduce a un conocimiento menor de las materias tratadas por otros especialistas, por otros gremios.
En resumen, para los organicistas, el hombre es miembro de una familia, un municipio o de una nación, pero al mismo tiempo desarrolla una actividad concreta, una función, dentro de esos ámbitos territoriales. Por ello, además del sentimiento de pertenencia que pueda tener un individuo relacionado con los lazos familiares o el territorio en el que viva, tiene los problemas y las ventajas que le aporta la actividad que desarrolla y que le confieren un modo de vida particular. El hombre no es un simple ciudadano, un número más con derecho a voto de vez en cuando, es una persona perteneciente a un ámbito territorial, a una localidad y, además, tiene una profesión determinada, y con esas características y a través de los cuerpos intermedios territoriales y profesionales se integra en un Estado.
AHRENS
MODELO DE REPRESENTACIÓN ORGÁNICA
Entramos ahora en el terreno de la representación de los ciudadanos desde el punto de vista organicista. Por centrar el asunto y no remontarnos en tiempos y costumbre lejanos, hay que reconocer que en los Parlamentos actuales el mandato imperativo es de difícil cumplimiento, debido a la diversidad de los asuntos que se abordan, así como a la imposibilidad de tener absolutamente todas las situaciones previstas a lo largo de una legislatura. Independientemente de que el mandato imperativo esté o no prohibido por ley, la realidad es que lo que se suele (o se debería) representar son los intereses de sectores amplios de la sociedad. Es en este momento cuando podemos diferenciar la representación que puede llevar a cabo un diputado de partido, elegido además dentro de una lista cerrada, de la que pueda ejercer un diputado corporativo, que conoce la organización o institución a la que representa, sus fines y sus específicos intereses y problemáticas.
El primero de esos representantes lo es de un determinado número de individuos aislados sin relación alguna entre ellos, más allá, en el mejor de los casos, de una supuesta afinidad ideológica, es decir es un representante de una simple y fría suma de individuos, a veces demasiado adoctrinados. El segundo de ellos es un representante que ha surgido de sucesivas elecciones a través de los cuerpos sociales intermedios territoriales o funcionales. El primero de esos representantes es el que surge de una democracia inorgánica y el segundo lo es de una democracia orgánica.
Como comenta Gonzálo Fernández de Mora[1], en sentido amplio, se podría considerar orgánica la representación de los partidos políticos, ya que pueden considerarse cuerpos intermedios entre el ciudadano y el Estado. El problema es que, en una democracia inorgánica como nuestra democracia liberal, que ya ha degenerado en partitocracia, los partidos políticos se han arrogado el monopolio de la representación y no dejan hueco a otros cuerpos intermedios. Por lo que quedan sin representación una infinidad de intereses sociales tanto de entes territoriales, como profesionales o institucionales.
La realidad es que, en nuestra democracia actual, los partidos políticos representan los intereses de la oligarquía instalada en su cúpula que, para desgracia del ciudadano, suelen estar relacionados, directa o indirectamentes, con los de las élites económicas y financieras de dentro y de fuera de la nación. En segundo lugar, y a mucha distancia, pueden representar los de su ideología, si es que la tienen y, de vez en cuando, se preocupan por cumplir alguna de las partes incluidas en su inconcreto y difuso programa electoral.
A diferencia de los diputados de los partidos políticos, los diputados corporativos, sean territoriales, institucionales o profesionales, defenderán con más conocimiento, independencia y disposición unos intereses que les son propios, vividos y compartidos. Un diputado de un municipio o de una provincia, de una determinada rama de la administración, de un sindicato, de una asociación de cooperativas o de una organización empresarial o de las universidades defenderá, con mucho más conocimiento e impulso, los intereses de la organización a la que representa, sin el deber de obediencia a un partido determinado o a una concreta postura ideológica. Además, en las diferentes cámaras y asambleas que sean constituidas por diputados corporativos es más fácil, al menos teóricamente, poder alcanzar acuerdos entre los representantes de diferentes cuerpos intermedios, porque la profesionalidad de sus miembros, liberados de las veleidades partitocráticas, facilita los acuerdos e intercambios racionales.
La representación corporativa, propia de la democracia orgánica, podría sustituir a la representación que vienen arrogándose en exclusiva los partidos políticos en las democracias inorgánicas. Pero, aquella también puede ser complementaria de esta, en una única cámara o en dos, una elegida por sufragio universal y otra de manera orgánica. En el primer caso estaríamos hablando de un evidente cambio de sistema político, que no dejaría de ser democrático, simplemente se adoptaría un nuevo modelo constitucional basado en la democracia orgánica y en una representación política alejada de la típica rivalidad de izquierda y derecha, úlimamente cada vez más radicalizada. En el segundo, simplemente se introduciría un cambio significativo, aunque no definitivo en el sistema, pero los partidos políticos dejarían de tener el monopolio de la representación y, desde mi punto de vista, se lograría una mejora del sistema político, tanto en lo que a representación se refiere, como a una mayor capacidad de control de la ciudadanía.
Y ¿ENTONCES?
Con un modelo orgánico de democracia, tanto si fuera sustitutorio del sistema inorgánico actual, como si lo fuera complementario, el cambio en la representación de los ciudadanos y los cuerpos intermedios sería muy importante y positivo. Por supuesto, más en el primer caso pero, en mayor o menor medida, en ambos casos se lograría limitar de manera definitiva el monopolio representativo de los partidos y, en gran medida, alejarnos de la influencia, a veces imposición, de intereses externos, que no tienen origen en el seno de nuestra sociedad. En adición, la presencia, en las asambleas y cámaras, de representantes corporativos, con su diversidad y profundidad de conocimientos sobre los asuntos a tratar y con la sana independencia respecto de los partidos, introduciría una nueva manera de enfocar y dirigir los debates, lo que, sin duda, conduciría a la producción de una legislación más ajustada a la necesidad real y de mayor calidad. Los partidos políticos tendrían la oportunidad de dejar de ser oficinas de empleo y de promoción para personas con dificultades pare encontrar ocupación fuera de ellos, tendrían que abandonar la demagogia, esa tristemente necia batalla en las redes sociales de menguada redacción y las malas costumbres adoctrinadoras, para desprenderse de la pereza y entrar en el debate serio, profundo y racional. Tengo que reconocer que no veo a los partidos políticos entrando por esos derroteros, porque han adquirido tantas malas costumbres, han llenado sus filas con tanto brabucón y corrupto, que les resultara muy difícil tal reconversión.
Sea como fuere, sería interesante recorrer el camino que los krausistas propusieron hace ya muchos años, seguramente supondría una regeneración del sistema político español. Algunos de aquellos intelectuales krausistas, muchos de ellos cercanos a la izquierda política, propusieron la introducción de la democracia orgánica para conformar una segunda cámara, cuando se debatió la Constitución de la II Repúbica. Su idea no salió adelante porque, como siempre, los partidos políticos defendieron con uñas y dientes su monopolio representativo y todo terminó como el Rosario de la Aurora.
En un próximo artículo intentaré describir la estructura de la representación orgánica, tanto la complementaria, como la sustitutoria, que quiero pensar podría mejorar la situación política de nuestra nación.
[1] FERNÁNDEZ DE LA MORA, GONZÁLO. “Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica”. Plaza y Janes Editores. Barcelona 1985. Pag 20.
1 comentario en “SOCIEDAD ORGÁNICA. DEMOCRACIA ORGÁNICA”
Encantado con tu artículo y con lo que en el expresas. Un abrazo,