SÓLO UN ESPEJISMO
Hace unos días me pareció oír que la bajísima tasa de natalidad española suscitaba cierta preocupación a algunos de los diputados del Congreso. Pensé que quizás empezarían a tomar en consideración ese problema que tanto me preocupa y al que he dedicado unas cuantas horas de investigación. No era la primera vez que en las Cortes se trataba el problema demográfico de España. En 2017 ya se constituyó una Comisión Especial del Senado sobre la evolución demográfica en España[1], en la que depusieron reputados especialistas en la materia para ilustrar a sus señorías al respecto.
Pero aquello que, con cierto escepticismo, me dio cierta esperanza quedó en un espejismo. La proximidad de las elecciones, los tira y afloja a cuenta de las leyes del “si es si” y del “guau es guau”, el caso “mediador” y la consiguiente pataleta del PSOE con su consabido “y tu más”, dejaron de nuevo en vía muerta los imprescindibles debates parlamentarios entorno a las políticas necesarias (ya inaplazables) para revertir o, al menos, paliar los efectos de la “tasa específica de fecundidad”[2] en España.
Tengo que reconocer que este tema no vende, ni aporta votos. Es un tema que requiere ser tratado con mucha seriedad, con paso firme y con la mirada lejana. Justo lo que le falta a la mayoría de sus señorías, instaladas en el fácil cortoplacismo, las fintas y el postureo electoralista. ¡Maldita partitocracia!
[1] http://www.senado.es/legis12/publicaciones/pdf/senado/ds/DS_C_12_136.PDF
[2] El número de nacimientos que ocurren durante un determinado año o período de referencia por cada 1.000 mujeres en edad reproductiva clasificada en grupos de edad simples o quinquenales.
CADA VEZ MENOS NACIMIENTOS
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), una de las pocas instituciones que quedan sin invadir completamente por la marea sanchista, en el año 2022 nacieron 329.812 niños. La tendencia a la baja en el número anual de nacimientos en España viene de lejos, por no remontarme demasiado atrás en 2016 nacieron 408.734 bebés, es decir, al cabo de siete años han nacido aproximadamente un 20 % menos. En 2022 se ha llegado a la cifra más baja de nacimientos desde hace 81 años. Ya estamos en 1,19 hijos por mujer, cuando la tasa de reemplazo generacional se logra con un 2,1. La inmigración puede echar una mano para solucionar parte del problema, de tal manera que “con 1,7 hijos por mujer y con una inmigración moderada, podríamos garantizar la estabilidad de nuestra población” (Puyol 2017)[1]. Pero ¿qué puede considerarse una inmigración moderada? Podría deducirse de lo mencionado en un informe del Departamento de Población de Naciones Unidas del año 2000 referido a España: “…..las generaciones en edad de trabajar, mermadas por decenios de baja fecundidad, no podrán sostener económicamente a los jubilados, y para mantener el actual equilibrio de aquí a 2050 serán necesarios un total de doce millones de inmigrantes, en dosis anuales de unos 240.000”. Pero ¿seremos capaces?, porque aun suponiendo que los flujos migratorios no sean desfavorables, para lograr el equilibrio adecuado entre la población activa y el número de jubilados, deberíamos aumentar la tasa de fecundidad en medio punto por lo menos para alcanzar ese 1,7 hijos por mujer y eso, si no cambian las políticas de apoyo a la natalidad y a la familia, no creo que se vaya a lograr. La proyección del INE reflejada en el siguiente gráfico así parece atestiguarlo.
[1] “Proyecciones de Población 2016–2066”, INE, https://www.ine.es/prensa/np994.pdf
La mayoría de los países europeos tienen tasas inferiores a 2,1 hijos por mujer. Las más bajas se concentran en el sur, este y centro de Europa, mientras los países del oeste y el norte, antes los precursores del descenso de la fecundidad son ahora los que presentan las tasas más elevadas.
No obstante, la baja tasa de fecundidad parece que puede llegar a ser un fenómeno que se extienda globalmente, y quizás empiece con la deslocalización de parte de la producción de China, el gigante capitalista con alma socialista. La fecundidad por debajo del nivel de reemplazo, que aún puede considerarse una característica los países desarrollados, ya se está extendiendo por todo el mundo. Según la División de Población de Naciones Unidas en 2050 serán 136 los países que tengan tasas de fecundidad por debajo del nivel de reemplazo, cuando en 2010 sólo eran 75 los países que estaban en esas condiciones. Por lo tanto, dentro de pocas décadas el 78% de la población mundial vivirá en países con una tasa de fecundidad media inferior a 2,1 hijos por mujer (United nations, 2011). ¿Cómo serán entonces los flujos migratorios? ¿Afectaran positiva o negativamente a nuestra situación demográfica?
Personalmente estas previsiones me suscitan serias dudas, pues los flujos migratorios también dependen de que se logre, de aquí a 2050 / 2060, una justa redistribución de la renta y la riqueza y se mejores los indicadores de igualdad, lo que no parece muy posible porque, según lo expuesto por el economista francés Thomas Piketty en su libro “Breve Historia de la Igualdad”, falta mucho por hacer.
Lo cierto es que, globalmente y en ausencia de migraciones o con una disminución sensible de ellas, una tasa de fecundidad persistente alrededor de 1,3 implicaría una reducción a la mitad de la población total en un plazo de 45 años. Las pirámides poblacionales sufrirían unas desviaciones indeseables respecto a las consideradas normales y el equilibrio entre población activa y dependiente se haría prácticamente insoportable.
APLAZAMIENTO DE LA MATERNIDAD
La tendencia a retrasar la formación de la familia se observa en todas las sociedades avanzadas. En España la edad media de las mujeres para tener el primer hijo alcanzaba en el año 2022 casi los 32 años, posiblemente porque las condiciones consideradas aceptables para decidirse a tener hijos son cada vez más difíciles de alcanzar.
Que ese retraso influye en la tasa de fecundidad parece evidente, pero ¿siempre produce una baja tasa de fecundidad? Parece ser que, en los países del oeste y del norte de Europa, el aplazamiento de la maternidad no supone una disminución de la tasa de fecundidad, pero sí tiene ese efecto en los del centro y el sur. Sin embargo, en la mayoría de los países de Europa del este, las mujeres tienen el primer hijo bastante pronto y la tasa de fecundidad es baja. En consecuencia, no es definitiva la influencia del retraso de la maternidad en la baja tasa de fecundidad.
Para evitar el sesgo que pudiera introducir el retraso de la maternidad en el estudio de la tasa de fecundidad en cada país, se puede recurrir al análisis de la fecundidad por generaciones, obteniendo datos sobre las tendencias en el número de hijos. Pero éste sólo puede determinarse en las generaciones que ya hayan completado su ciclo reproductivo, por lo que, los datos basados en generaciones informan con un cierto retraso temporal. Como se puede observar en el gráfico adjunto, hay significativas diferencias entre los datos correspondientes a los diferentes países. Concretando en el caso español, mientras que las mujeres nacidas en 1900 tuvieron una media de 3,4 hijos, las nacidas en 1965, que era la última generación que había completado su ciclo reproductivo en 2011, tuvieron una media de 1,6 hijos a lo largo de su vida.
En cuanto al número medio de hijos se ha mantenido estable, alrededor de los dos hijos, muy próximo al número de hijos deseados. Ese ideal de los dos hijos se mantiene en la mayoría de nuestro entorno, incluso en los que tienen una tasa de fecundidad muy baja, como es el caso español.
INFLUENCIA DEL NIVEL EDUCATIVO DE LAS MUJERES
Se barajan multitud de razones por las cuales en las sociedades avanzadas no se alcanzan las tasas de fecundidad necesarias para el reemplazo generacional, tanto en escenarios con una inmigración suficiente, como en los de ausencia o insuficiencia de inmigración.
Entre los más mencionados se encuentra el del nivel educativo de las mujeres. En España, a lo largo de los últimos años, estamos asistiendo al gran incremento del número de mujeres con educación de nivel superior. En 2016 número de mujeres con educación superior (53,3%) ya era mayor que el de hombres (46,7%), y esa tendencia se viene manteniendo desde 1995 por lo menos.
Este hecho podría modificar la situación de hipergamia[1] normal hasta hace poco en España, llegando a la hipogamia[2]. De hecho, ya en el año 2001, el 40,12% las parejas españolas eran hipógamas[3]. No obstante, parece que hoy día las mujeres españolas con estudios superiores prefieren emparejarse con hombres de su mismo nivel educativo.
El caso es que esta situación puede traer como consecuencia el retraso en la formación de las parejas y en tener el primer hijo. La esperanza es que los efectos debidos a esta causa sean absorbidos, o mitigados, por la adaptación social al hecho de contar con un mayor número de mujeres de nivel educativo superior, llegando a considerar normal la formación de parejas hipógamas, y disminuyendo el tiempo para tener el primer hijo.
Además, los costes marginales indirectos de tener hijos, relacionados con la carrera profesional, son más elevados para las mujeres con educación superior y mejores perspectivas profesionales. Por ello las mujeres con alto nivel educativo y empleos de mayor estatus son más dadas a retrasar el momento de la maternidad.
[1] Coloquialmente llamado en inglés marrying up, es el acto de buscar pareja o cónyuge de mayor belleza, nivel socioeconómico, o casta social que uno mismo.
[2] Acto de buscar pareja o cónyuge de menor belleza, nivel socioeconómico, o casta social que uno mismo, lo que los anglosajones conocen como marrying down.
[3] Esteve,, Garcia-Roman, Permanyer. “The Gender-Gap Reversal in Education and Its Effect on Union Formation: The End of Hypergamy?”., Population and Development Review, 38 (3):535, septiembre 2012.
LA INFLUENCIA DEL MERCADO LABORAL
Hace mucho tiempo que España ha abandonado el modelo de familia de “varón sustentador” para instalarse en el modelo de “doble sueldo”. Hoy día, en condiciones normales, es prácticamente imposible sacar una familia adelante sin los sueldos de ambos miembros de la pareja.
Recurrir a los empleos a tiempo parcial podría ser una solución para lograr una conciliación familiar, personal y laboral adecuada, además tendría un efecto positivo sobre la fecundidad. Pero la regulación del trabajo a tiempo parcial en España hace que la incidencia de este tipo de empleos sea baja en comparación con la media de la UE. La mayoría de los empleos a tiempo parcial están relacionados con el sector servicios, ofrecen ingresos bajos, precariedad y temporalidad elevadas y bajas oportunidades de promoción. A diferencia de otros países, como los escandinavos o los países Bajos, en España el empleo a tiempo parcial no supone una estrategia satisfactoria para conciliar la vida laboral y el cuidado de los hijos.
Por otro lado, el alto nivel de desempleo en España, alcanzando una tasa media de paro en torno al 14% y de casi un 30 % en el caso de paro juvenil (menores de 25 años), es una losa para la formación de familias y la tasa de fecundidad. Las cifras de temporalidad laboral y el paro duplican a la media de la UE, y no lo pueden disfrazar ni con el artificio de los “fijos discontinuos”, pero los gobiernos se empeñan en no crear las condiciones adecuadas para la creación de empleo estable por parte de las empresas. Más bien al contrario, parece empeñarse en poner palos en la rueda a todo aquel que tenga empeño emprendedor.
La participación de la mujer en el mercado laboral no debería llevar indefectiblemente a una baja tasa fecundidad. Son los convenios y normativas laborales, las políticas de bienestar, la estructura y funcionamiento del mercado laboral y la organización social del trabajo los condicionantes que determinarán la influencia del mercado laboral en la tasa de fecundidad. Pero en España ninguna de estas variables esta bien colocada en la ecuación y, por lo tanto, el resultado de esta no es el adecuado. Es precisa una acción estructural y a largo plazo, no las medidas temporales y subvenciones miserables a las que se recurre frecuentemente, sobre todo cuando se acercan las elecciones.
LA VIVIENDA
“Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación”.
Para cumplir ese mandato es evidente que el Estado tiene que intervenir cuando el mercado es completamente especulativo. Esa intervención podría darse de varias maneras, pero al final creo que todas van a conducir a la necesidad de crear un servicio público de vivienda, que asegure la posibilidad de que los hogares con rentas bajas puedan acceder al mercado de la vivienda, sobre todo en alquiler con a compra. Ello supone evidentemente una inversión importante a largo plazo, para crear un parque de viviendas sociales. Pero esta inversión no debe hacerse, como siempre hasta ahora, construyendo más y más. Sería más adecuado actuar sobre todo en las viviendas existentes en la actualidad, aplicando la rehabilitación y renovación de viviendas y edificios y, llegado el caso, mediante la adquisición de viviendas vacías. Con estas actuaciones se evitaría el desmedido expansionismo de las ciudades y facilitaría la aplicación de un urbanismo más atento a las necesidades de los ciudadanos, pudiendo mejorar su aspecto y sostenibilidad. Tampoco hay que olvidar que esas actuaciones deben ser adecuadas a las necesidades de las nuevas modalidades de hogares, más reducidos y envejecidos. Sobre todo, realizando el mayor esfuerzo en la vivienda social de alquiler.
A esta labor deberían aplicarse todas las administraciones públicas con aportaciones de suelo, subvenciones y promoviendo la constitución de promotoras sociales públicas o no, pero sin ánimo de lucro. Sin olvidar, como ha sucedido con mucha frecuencia anteriormente, que el objetivo prioritario son los hogares con dificultades para acceder a la vivienda en el mercado libre.
Los aproximadamente 5.000.000 ciudadanos de edades comprendidas entre los 20 y los 30 años es un segmento de la población muy afectado por los precios del alquiler y de venta de viviendas, además de ser el sector de población más afectado por la situación actual del mercado de trabajo. Su emancipación y la posible formación de un hogar se retrasa, o sencillamente no llega nunca. Las repercusiones que la política de vivienda tiene sobre la demografía y el futuro de nuestra sociedad justifican sobradamente la intervención del Estado, cuando menos, en el mercado del alquiler de viviendas. Pero no interviniendo toscamente en el mercado, sino mediante una inversión estatal en vivienda se dirija prioritariamente a la vivienda social (no Vivienda de Protección Oficial) y que supere el 1% del PIB, o mejor, se acerque o alcance el 1,5 % del PIB como mínimo, como en la mayoría de los países europeos que tienen la solución a este problema mejor encarrilada.
Evidentemente atender a todas estas medidas a largo plazo supondrá un esfuerzo presupuestario superior al que viene siendo habitual que, además de bajo, ha estado disminuyendo año a año últimamente, como se refleja en el Gráfico adjunto.