El artículo 4 de la Constitución Española fija con claridad meridiana cual es la bandera de España. En su apartado 1 dice “La bandera de España está formada por tres franjas horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas”.
La insistencia de la mayoría de los partidos de izquierda en reivindicar como bandera de España la usada durante la II República se manifiesta en sus actos multitudinarios y manifestaciones. En muchos de los actos del PSOE, si no aparece esa bandera, desde luego hay una ausencia total de la bandera constitucional; pero en la mayoría de los actos de los partidos más a izquierda del PSOE, léase Podemos, Izquierda Unida e infinidad de grupos y grupúsculos de diversas tendencias políticas, de género, étnicas, etc. la bandera de aquella fracasada república es blandida con ahínco.
No es que a mí me moleste especialmente la ausencia de la bandera nacional oficial en actos de partido. Es más, hasta me parece lógico que esa bandera sea reservada para actos institucionales, edificios oficiales y también para aquellas manifestaciones y actos populares que no estuvieran monopolizados por uno o varios partidos, es decir que fueran muestra de un espontaneo sentir del pueblo español. No obstante, si la bandera nacional es tratada con el respeto que merece, pues estamos todos representados en ella, no soy yo quién para afear a nadie su exhibición en actos de partido o grupo, de la índole que sea.
Pero ¿por qué insisten tanto los partidos y grupos antes señalados en el uso y reivindicación de la que fuera bandera de la II República? Creo, en primer lugar, que se debe a que con ello están añorando el poder que detentaron entonces las izquierdas más radicales, un poder que los portadores de esas banderas seguramente no saben cómo fue logrado y utilizado, porque lo de estudiar la historia no va con ellos y hacerlo de manera objetiva aún menos. No tienen en cuenta que para que el ala más prosoviética del PSOE y el PCE lograran esas cuotas de poder, apoyados por los ultraconservadores y racistas partidos independentistas, dejaron en el camino a bastantes de sus correligionarios más lúcidos, a muchos intelectuales de gran valía aunque sin el apoyo propagandístico debidamente controlado por aquellos, a muchos sinceros republicanos de centro y de derecha y, como no, a los que no comulgaban con la república y mantenían sus convicciones monárquicas. No voy a entrar en qué parte del camino los fueron dejando, ni en qué condiciones los dejaron atrás, para el que quiera saber algo al respecto hay muchos libros de historia donde consultar y no son precisamente los que actualmente se utilizan en ESO y Bachiller.
En segundo lugar, creo que se afanan en la exhibición de esa bandera porque esos abanderados no se han molestado en saber por qué los dirigentes de los grupos republicanos sustituyeron una de las franjas rojas de la bandera nacional por otra de color morado y por qué esa bandera de unos grupos políticos se convirtió en la bandera nacional durante la II República, como ha sucedido en otros lugares y tiempos, cuando un partido ha ocupado el poder de manera de la manera que sea, como sucedió en Alemania o la URSS, por ejemplo, o recientemente ha ocurrido en el País Vasco y se está intentando repetir en Cataluña. No deben saber que con ese tercer color se pretendía dar relevancia a Castilla como parte vital de un nuevo Estado republicano, al considerar que los pueblos de la antigua Corona de Aragón ya estaban representados por los colores rojo y amarillo y que la bandera de Castilla había sido morada. Desconocen, como desconocían los dirigentes del partido republicano, que con el cambio convertían la bandera bicolor en una enseña aún más monárquica, al ser el morado el color del rey Alfonso XIII y de sus antecesores desde 1833. Además debieron sufrir alguna confusión cromática, o puede que fueran llevados a error por el uso que del morado hizo alguna unidad militar con el nombre de Castilla. Pero lo cierto, según los especialistas en heráldica, el color del pendón de Castilla ha sido siempre el rojo o con matiz carmesí, como lo usaron los reyes castellanos y las milicias concejiles de las principales ciudades castellanas.
También desconocen, seguramente, éstos y aquellos abanderados de la tricolor que la bandera bicolor, roja y gualda, proviene del cambio que se produjo en la bandera de la Armada Española del siglo XVIII, durante el reinado de Carlos III, motivado por la dificultad para identificar a los barcos de los diferentes países, pues los Borbones que habían conseguido reinar en Francia, España, Nápoles, Toscana, Parma y Sicilia tenían banderas de color blanco, con la única distinción del escudo de cada uno de los territorios.
Esa dificultad de identificación, en ocasiones, producía confusiones con consecuencias fatales en el trascurso de los combates navales. Por ello, una comisión designada al efecto estudió la cuestión y propuso a Carlos III la adopción para la Armada de la bandera que actualmente es nuestra bandera nacional. Durante la Guerra de la Independencia y el reinado de Fernando VII muchas unidades militares adoptaron estandartes con diseños propios pero con predominio de los colores rojo y amarillo. Esta diversidad de diseños fue zanjada con un Real Decreto del Gobierno provisional de 13 de octubre de 1843 en el que se eliminaban las diferencias de los estandartes de cada regimiento del ejército y se establecía la bandera nacional. Desde esa fecha la bandera rojigualdapasaba a ser la oficial y dejaba de ser de uso exclusivo de la Armada. Aunque hay que mencionar que esa bandera ya se utilizó en el año 1812, en la Constitución llamada “La Pepa”.
Supongo, también, que los referidos abanderados desconocen que las banderas nacionales no simbolizan la forma de Estado o la facción política que detenta el poder en un momento histórico determinado, sino a la Nación misma y que por esa razón suelen permanecer inalterables, como suelen mantenerse inalterables la gran mayoría de las Naciones modernas que se han dotado con una estructura de Estado políticamente evolucionado. En la España del siglo XIX la bandera bicolor se mantuvo desde su establecimiento a pesar de los diferentes cambios de régimen que se sucedieron. Se mantuvo durante de “La Gloriosa”, revolución progresista de 1868, liderada por los generales liberales progresistas Prim y Serrano, que acabó con Isabel II y los borbones en el exilio, aunque solo por seis años porque regresó la monarquía, esta vez “democrática” en la persona de Amadeo de Saboya. Permaneció también como enseña nacional durante la I República, proclamada el 11 de febrero 1873 y convertida el 11 de junio del mismo año en una república federal que terminó como el “Rosario de la Aurora” proclamando cantones independientes hasta en Zaragoza. La aventura duro algo más que la Gloriosa, pero poco más, el 4 de enero de 1874 el general Pavía entró en las Cortes y las disolvió a toque de cornetín, dada la situación de desorden generalizado, que los dos últimos presidentes de la I República, Salmerón y Castelar, partidarios de una república unitaria, no pudieron controlar. Luego llegó el régimen del general Serrano y once meses después el general Martínez Campos proclamó, manu militari, aAlfonso XII como rey, haciendo realidad los deseos de los partidarios de la restauración monárquica, encabezados por Cánovas del Castillo. Los borbones regresaban a la corona de España.
Durante toda esta vertiginosa sucesión de acontecimientos y a pesar de los cambios tan radicales de régimen y de gobiernos la bandera nacional bicolor permaneció inalterable.
Tuvo que llegar la II República para introducir el cambio al que ya me he referido en la bandera nacional, cambio injustificado que creo fue consecuencia de las confusiones y errores que también he señalado más arriba. Pero a pesar de ello, la mayor parte de los partidarios de esa bandera tricolor, que además suelen ser los que critican y ridiculizan el uso de las banderas en general, y no digamos el respeto por ellas, coinciden con los más fervorosos defensores de aquella, en el ejercicio de la más estúpida contradicción.
Para no alargar más el artículo de este domingo porque, como es verano el calor exige moderación en todo tipo de ejercicio, incluido el de la lectura, dejaré para el siguiente otro de los asuntos que lleva a maltraer a nuestros políticos metidos a “constituyentes”: la organización federal del Estado. ¡Ahí es ná! con lo que lleva eso de carga de profundidad en cuanto a teoría política. Y por otra parte, lo que podría suponer en cuanto a una revisión de la Constitución, que cuando menos afectaría a las siguientes partes de esta:
Artículo 1.2. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado.
Artículo 2. La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.
Artículo 4.2. Los Estatutos podrán reconocer banderas y enseñas propias de las Comunidades Autónomas. Estas se utilizarán junto a la bandera de España en sus edificios públicos y en sus actos oficiales.
Artículo 138
1.El Estado garantiza la realización efectiva del principio de solidaridad consagrado en el artículo 2 de la Constitución, velando por el establecimiento de un equilibrio económico, adecuado y justo entre las diversas partes del territorio español, y atendiendo en particular a las circunstancias del hecho insular.
2.Las diferencias entre los Estatutos de las distintas Comunidades Autónomas no podrán implicar, en ningún caso, privilegios económicos o sociales.
Artículo 139
1.Todos los españoles tienen los mismos derechos y obligaciones en cualquier parte del territorio del Estado.
2.Ninguna autoridad podrá adoptar medidas que directa o indirectamente obstaculicen la libertad de circulación y establecimiento de las personas y la libre circulación de bienes en todo el territorio español.
Además del Título VIII. Capítulo tercero. Artículos 143 a 158 (ai).
Existe una considerable distancia entre la actuación de los políticos y el sentir de los votantes. Hemos llegado a tener un Congreso de los Diputados que parece más una cámara de representación territorial, con unos partidos localistas sobrerrepresentados y con una importante capacidad de chantaje.
Vacío Demográfico en España
Una descripción sencilla de la situación demográfica actual de España, sus causas y su futuro previsible. También se analizan las políticas públicas necesarias para corregir la tendencia a la baja de la tasa de natalidad.